jueves, 13 de diciembre de 2007

El hombre que se fue de a poco




Fue durante la cena en que celebraba su primer año de noviazgo con María Batracia Peláez, que Nicolás Sotanovsky tuvo acceso a dos verdades irrefutables.
La primera, fue que María Batracia era la mujer de su vida.
La segunda, que había llegado la hora de cambiar de vida.
Mientras disimulaba felicitando al maitre por el punto de cocción de su steak tartare, Sotanovsky comprendió el porqué de esa urgencia de fuga: El incorregible empeño de María Batracia por hacer honor a su nombre. Y no es que la voz de la muchacha fuera en modo alguno ronca o desagradable; por el contrario; hasta sus eructos eran tan cristalinos y melódicos, que un célebre productor milanés de bel canto, grabó con ellos un disco titulado “Y ahora vas y te remueves en la tumba de rabia, María Callas”, que se puede adquirir en las tiendas especializadas o en su top manta de confianza.
Tampoco podía decirse que la piel de María Batracia fuera áspera o de tonalidad verdosa: en realidad su blancura obligaba a Sotanovsky a utilizar gafas de sol cada vez que se metían en la cama, y la epidermis de la muchacha, más tersa que la mejor porcelana china, hacía que el fogoso amante, cuando tomaba carrerilla en la puerta del dormitorio para abalanzarse sobre ella, acabara siempre resbalando y empotrándose contra la pared.
Con respecto al cuerpo de su novia, baste recordar que durante unas breves vacaciones en Polinesia, los nativos la bautizaron con el nombre de “Tohpharribhha”, que quiere decir “Aquella cuyas tetas se burlan de la Ley de la Gravedad”.
Pero Sotanovsky debía abandonar a María Batracia, porque la muchacha, posiblemente la más apasionada y lasciva de la ciudad, hacía honor a su nombre: María Batracia quería morir virgen. Y combinando ambos factores, se pasaba los días y las noches provocando el deseo de Nicolás, sin nunca llegar a darle salida, o mejor dicho, entrada.
A fuerza de no consumar, Sotanovsky se consumía.
El joven, dotado del temple de un Espartaco, la genialidad táctica de un Aníbal, la sutileza de un Atila, y la fortaleza de carácter de un Gengis Khan, hubiera sido un héroe de leyenda, de no mediar un pequeño detalle: era, también, un maldito cobarde.
Necesitaba dejar a María Batracia, pero era incapaz de hacerlo.
Este titánico debate interno comenzó a resolverse por si solo, esa misma noche en el dormitorio, mientras María Batracia, desnuda en incitante, ensayaba para su novio posturas sicalípticas que hubieran alterado a un santo e incluso, a la talla en madera de un santo o beato con influencias suficientes en la sede papal.
Sotanovsky comenzó a irse de a poco.
Primero se marchó su pene, y al no ser notable ni por tamaño ni por consistencia, al no haberlo notado nunca dentro, María Batracia tampoco notó su fuga. A la mañana siguiente, mientras ella dormía boca abajo y su novio no se atrevía a parpadear, hipnotizado por el ojo insomne del sexo abierto de Maria Batracia, se fueron los ojos de Sotanovsky. Ella tardó en advertir la ausencia, pero lejos de preocuparse, pensó que Nicolás los habría dejado en cualquier parte, como hacía con las camisas.
A mediodía, se fueron sus codos y rodillas, porciones corporales de natural rugoso a los que María Batracia no encontraba ninguna utilidad práctica o sexual, aunque en este último terreno Sotanovsky había tenido un par de ideas, que se guardo muy bien de expresar en voz alta.
A la hora de la siesta, mientras María Batracia atendía su labor con lana y agujas, desapareció el cuello de Sotanovsky, por lo que la joven modificó sus intenciones y se afanó en convertir lo que sería una bufanda para su novio, en un par de gruesos calcetines para el invierno. Pero al ver evaporarse primero el pie derecho y luego el izquierdo de Nicolás, optó por tejer el forro de un cojín, a tono con el tapizado del sofá.
El abandono en cuotas proseguía y, disperso en la nada, Sotanovsky supo que ella no lo descubriría hasta que fuera tarde, siempre que tuviera cuidado en el orden de la evasión. Debía reservar para el final la única parte de su cuerpo que su novia utilizaba para proporcionarse gozo y orgasmos: el dedo medio de la mano izquierda de Sotanovsky, que la hacía estremecerse de placer cuando lo introducía lenta, profundamente en el orificio derecho de la perfecta nariz de María Batracia.
A la hora de la merienda, desapareció la boca de Sotanovsky, en mitad de una conversación de pareja. María Batracia se limitó a recitarle aquello de Neruda de “Me gusta cuando callas, porque estás como ausente”, a lo que él le respondió con frases groseras e insultantes, destinadas a herirla, pero que salieron de sus labios en el limbo, y ya se sabe que el limbo es muy poco susceptible.
Cuando sólo el 15 % de su cuerpo permanecía junto a ella, y temeroso de acabar adquiriendo complejo de IVA, Sotanovsky tomó dos decisiones.
La primera fue que, una vez completaba la fuga, intentaría reunir su cuerpo disperso en algún lugar lejano, de ser posible, junto a una señorita nada virginal.
La segunda decisión fue que, si no lo conseguía, devolvería el apartamento que alquilaba y trataría de recuperar la fianza entregada al casero, hazaña, a todas luces, mucho más difícil de lograr.
A la mañana siguiente, cuando en la duermevela del alba, María Batracia encadenaba el quinto orgasmo nasal con el dedo medio de Sotanovsky, el dedo medio se evaporó. La muchacha abrió los ojos, extrañada, y se dijo que, últimamente, notaba un poco distante a Nicolás. Pero como era muy limpia, tomó un pañuelo de la mesilla de noche, se sonó las narices, y se durmió, satisfecha.
En el limbo, Sotanovsky echó mano (es un decir) de su voluntad legendaria para convocar a sus partes remotas, y pensó en todo el bien que podría hacer a la humanidad, en cumplir tareas altruistas, en arriesgar la vida para ayudar al prójimo. No ocurrió nada. Pensó en noches de lujuria salvaje, en sexo con gemelas univitlelinas, e incluso, por qué no, con hermanas siamesas, y sintió que, lentamente, desde los confines de la nada, sus porciones en fuga comenzaban a buscarse. Soltó una risita mental e irónica: lo del sexo con hermanas siamesas había sido una mentira para engañar a sus partes: ni en broma pensaba viajar hasta Siam para echar un polvo, y por otra parte, no tenía ni idea de dónde quedaba Siam.
Distraído en estas cavilaciones erótico-geográficas, le sorprendió la velocidad con que los trozos de su cuerpo se acercaban, atraídos por el vértice de un remolino místico hacia el mundo terrenal. Todo fue tan rápido que apenas tuvo tiempo de registrar las apariciones: primero el pene, curiosamente erecto, luego el tronco, las rodillas, los codos, los tobillos. Un tanto mareado por la celeridad del proceso, cerró los ojos antes de que se materializaran, junto al esto de su cara, pero el tacto le informó que yacía junto a un cuerpo femenino, desnudo y ardiente, y el dedo medio de su mano izquierda bajó a la tierra tres segundos antes que las orejas, por eso primero sintió que se introducía en una cavidad tibia y acogedora, e inmediatamente después le llegó la voz de Maria Batracia, que le decía “así, así, así, no solo lo haces mejor, chato, sino que tienes el dedo muuuuucho más grande que el gilipollas de Nicolás “.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Esperando berberechos: se viene el poemario de José Naveiras


(Harto de quedar mal conmigo mismo por no escribir y publicar a tiempo las reseñas de libros que me inreresan y más si son de gente interesante (debo todavía la de Chamamé, de Leo Oyola, la de Plop, de Rafael Pineda, la de El universo de al lado, de mi "primo " Eduardo del Llano, de El Forro de Gsus Bonilla... total, que por una vez, en lugar de llegar tarde, llegaré antes. Su libro Poemas para bereberechos, saldrá ne enero, pero aquí va el comentario y prólogo, para que lo vayaìs encargando. Merece la alegría, que nunca la pena)



José Naveiras o la pregunta a tiempo

Podría decirse que José Naveiras es un hombre silencioso lleno de sonidos que, de cuando en cuando, deja salir a jugar al patio.
Y cuando vuelven, se han convertido en poemas.
Sus preguntas no agreden, provocan; y sus respuestas abren siempre otra ventana, por la que el lector se asoma y mira. Y se mira.
Es durante ese juego de miradas cuando se establece la comunicación, que en su caso, y por fortuna, no busca adoctrinar: sólo propone. Tal vez por eso, el lector de estos Poemas para berberechos caerá en la trampa tendida por el autor: decir sin estridencias para convocar la duda que enseña. Supongo que alguien mucho más importante que yo lo habrá dicho antes (y si no es así, debería), pero la tarea del poeta es dudar y contagiar esa duda; el poema es siempre la pregunta, aunque lo presentemos en forma de respuesta.
Y José Naverias lo sabe. La forma sin el fondo es una barca suntuosa que siempre hace aguas a la altura de la sala de máquinas, por eso sus poemas son canoas, y que cada uno escoja el ancho de la superficie a cruzar.
Conocí su poesía en las jam session del Bukowski club de Madrid, un ámbito en el que los poemas son sonidos que se trenzan en el humo. Y está bien que así sea. Estoy convencido (sin formación académica al respecto y, con perdón: me la suda), de que la poesía nace de la tradición oral, belleza junto al fuego, memoria rescatada para que la historia permanezca. Pero también es cierto que los poemas pasan por la prueba del algodón que es la lectura a solas, sobre el papel armado de palabra. Y en el caso de este libro, la experiencia agrega dimensiones, honduras de ciertos versos, y algún balcón al que apetece volver. Porque Navieras se formula las preguntas a tiempo, su tiempo y el del lector; sin corazas de extravagancia.
Cuando le duele el mundo, lo dice (Hoy no se juega y sin embargo/ las soledades siempre pierden); cuando le duele la vida, también (Aplico la medicación /a las heridas producidas /por los portazos de octubre); y cuando las preguntas se vuelven afiladas, las reparte, para no cortase solo ( ver Quién quiere a una polilla). Y cuando toca jugar, juega, con la palabras y los dolores observados desde el retrovisor (Retrataré tus realidades rotas / por rudos recelos ahora repatriados.), o se burla del propio sentimiento entre sublime y cursi que impulsa todo poema de amor, en presente o pasando –cuando son buenos es que son sublimemente cursis- como en Yo, ficus. Opta por poemas breves, una pregunta por vez, que así queda y retumba, y suele reiterar un verso como un tam tam que guíe al lector por la espesura de sus propias preguntas espejadas.
El amor, inevitablemente, es una revelación, una novedad con rumores de tormenta (Y apareciste disfrazada de viento /justo cuando puse a la venta/ todas mis antigüedades), pero es también, la ocasión de ser nuevo y volver a intentar lo más difícil (Quiero tener un elfo contigo. Pero yo no soy un elfo,y tú tampoco. /Pero quiero tener un elfo contigo /y poder echarle frutas/ cuando lo tengamos en el parque.)
No hay en este libro tristezas, pero le deberemos al autor, al acabarlo, dos tres maneras de nombrar esa nostalgia urbana que, la tardes en que llovemos por dentro, nos empuja a escribir o leer poemas. Sentimientos que nos son intercambiables, pero sí parientes cercanos. Porque, he de admitirlo, a mí también me hubiera gustado hacerle una traqueotomía a París Hilton.


Carlos Salem

martes, 27 de noviembre de 2007

No digas que no te lo advertimos...


Se vienen los LADRONES DE GALLINAS, este sábado, en el BUKOWSKI, así que cuiden sus pertenencias y vigilen su ropa interior. El tema inaugural de esta banda es "Va a ser lo mejor para los dos", Relatos sobre dejar y ser dejados.
Porque el disco de las buenas canciones de amor tiene dos caras y las dos son tristes...
Además de la formación de delincuentes del relato, todos de las más baja catadura moral, en silueta pero con presencia rotunda se suma la cómplice necesaria y cuerpo del delito, Patty de Fruttos, que pondrá movimientos y ambiente a los relatos y también su voz para presentarlos.
El primer atraco será este sábado, a las 21.00 en el BUKOWSKI. Es probable que haya otro en enero, en EL BANDIDO DOBLEMENTE ARMADO, y alguno más, tal vez, si la auotridad no lo remedia, que es lo más probable.
Así que ya lo sabes: Ven , pero con cuidado.

...y el que se lo perdió, se jodió

Llegó la hora y fue el lunes en EL BANDIDO DOBLEMENTE ARMADO, la víspera de la marcha de Loyds a Buenos Aires, y la última reunión de LOS MAREADOS con él (de momento) . Faltó Marcelo Luján, de viaje y lejos, pero cerca y estuvimos más o menos los de siempre, remando cuentos argentinos que se españolizan en cada lectura o al revés, l0 mismo da . Se me antoja que las palabras diferentes son tan pocas y las nostalgias idénticas tantas, que la despedida del amigo fue un hasta pronto compartido con un público paciente e implicado.
Todo para decir, chau, volvé pronto, boludo, no seas forro, al socorrista rubio y porteño que no sabía nadar, y que descubrió España 515 años después de 1492, y en España se dejó pedazos de preguntas y virutas del corazón; un tipo cuya leyenda lo señala capaz de comerse 10 raciones de lasagna boloñesa y seguir con hambre, o que se pide los ron con cola (ligth, coquetón), partidos en dos vasos, para convidarle una mitad a su otra personalidad que todavía sigue a las orillas de la Plaza del 2 de Mayo, buscando una sirena que no sea torpe fuera del agua, y que resulte capaz de bailar un tango de escamas y espumas.
De ahí que lo de ayer, en EL BANDIDO, no puso triste del todo a ninguno, y un poco triste a todos. Mejor, así vuelve.
PD.
Esta noche, Inés y yo lo acompañamos hasta barajas, para que las últimas caras que vea antes de pasar a las tripas del embarque, sean medio conocidas. Del otro lado doce horas más tarde, les esperan caras más conocidas y queridas, pero en todo caso, el puente está tendido y resiste , por lo menos, un par de maremotos.
Abrazo y por la vuelta

(De la ventaja de tener amigos... que leen)

(Publicado por Guillermo Roz en El Periodista Digital)

Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) es un escritor atorrante y su novela un delirio con pequeños delirios dentro. Qué más se puede pedir a un escritor y qué más a una novela. Quizás calidad; pues de eso sobra.Camino de ida (Ed. Salto de Página, 2007), es sin ninguna duda una de las más gratificantes noticias de la narrativa publicada en España en el último año, y por muchos motivos. El primero es la importancia de que salga a la luz un autor con una curiosa y rica biografía multiprofesional (“creativo publicitario, conserje de hotel, guionista y locutor de radio, maestro pizzero, taxista, y vendedor a domicilio deproductos desinfectantes contra cucarachas”, además de periodista y poeta, según su propia reseña de vida) y el resto de motivos, dejando de lado el dominio de los recursos literarios que muestra el argentino como prometiéndonos un porvenir casi asegurado, tienen que ver exclusivamente con la lectura de la novela.La mujer de Octavio Rincón se muere durante unas vacaciones y a él es lo mejor que le puede pasar. Rincón, el protagonista, desde ese momento se irá divirtiendo y angustiando en un camino de ida, en una aventura con la dinámica ansiosa de un juego de muñecas rusas, con el ritmo enloquecido y musical de una road movie y una comedia de enredos, pero en un paisaje narrativo donde el lector nunca pierde el hilo de la aparición incesante de los personajes y las escenas trastornadas por las que Rincón debe pasar como por un aro de fuego (encuentro con Soldati, empresario argentino, embaucador y ex guerrillero; la insistente compañía de una nube surrealista; un hippie llamado Charly que dice ser Carlos Gardel y que tiene la obsesión de matar a Julio Iglesias).Las dos grandes aportaciones que Salem hace con esta novela son, en primera medida, la de ofrecer una historia divertida, pero muy bien escrita, e inteligente, pero sin pretensiones innecesarias; y la segunda, la de esbozar, con voluntad o sin ella, la teoría de que la vida es un camino de ida, colocando en momentos de la novela, grageas filosóficas antológicas, en la boca de personajes que parecen perdidos pero que deambulan como especies de sombras enloquecidas, pero vivas, dulces, entrañables.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Halloween forever

Soy el bisnieto del monstruo de frankenstein
y mi cuerpo está formado
por los trozos de otros cuerpos
que una noche fueron míos.
Soy el hombre del saco
del saco roto en el que pierdo
todos los consejos que regalo y que no pido
Soy un licántropo calvo
ofendido con la luna
que aúlla siempre hacia dentro
con tal de no fastidiar a los vecinos
Soy una momia educada
(y no la de marcus versus)
mis vendajes están hechos de facturas sin pagar
de contratos incumplidos
y de cartas que me habitan
que no escribo.
Soy un vampiro jubilado
pobre conde sin castillo
ni dinero
para implantarme colmillos postizos.
Soy la cosa de un pantano de cemento
al que le crecen coches como árboles de pesadilla
y vivo en el mismo lodo que mis víctimas.
Soy un zombi con cerebro
que duda todo el tiempo
estoy mal resucitado
y en la tumba algún capullo
me ha cambiado el esqueleto.
Soy un súcubo
o un íncubo
en días alternos
soy un demonio menor
mefistófeles en paro
soy ese terror sin forma que acecha bajo tu cama
aprendiz de Quasimodo sin joroba ni campanas.
Soy el bisnieto del monstruo de frankenstein
y mi cuerpo está formado
por los trozos de otros cuerpos
que nunca han sido fueron míos.

Sólo soy
un engendro ciego en este país de tuertos
y todas mis noches son noches de caza
y todos mis días
son días de muertos.

Soy una mierda de poeta




Soy una mierda de padre
una mierda de marido
apruebo raspando como amante
y siempre cateo como amigo.
y últimamente
he sabido que también
soy una mierda de poeta.
Porque un nenúfar me sigue pareciendo
un coño mustio
más que una sutil alegoría
de las murallas milenarias me interesan
más los triunfos nocturnos
que las brillantes derrotas a mediodía
y de los héroes la duda
y también de los malvados.

Soy una mierda de poeta
lo sé
porque me niego a exprimir mis palabras como piedras
o rocosas naranjas
hasta extraerles un zumo
tan volátil y exquisito
que sólo puedan disfrutarlo un par de selectos paladares.
y apenas me intereso por el sentido de la vida
cuando padezco una bronquitis aguda
o se irritan las ingles
y sus queridos suburbios.
Soy una mierda de poeta
porque dejo sueltas por el patio
a mis metáforas
y luego se escapan o se mueren
porque mi búsqueda del final del universo
nunca llega más allá de tres baldosas
y si la rima se arrima
la dejo seguirme por un rato
y después la espanto
por si acaso.

Soy una mierda de padre
una mierda de marido
apruebo raspando como amante
y siempre cateo como amigo.
y últimamente
he comprendido que también
soy una mierda de poeta.

Pero si un día
la poesía te pide ser
bufanda y bandera de la gente
lanza con hambre
florete sin bolita de pretextos en la punta
si quiere convertirse en un NO
más grande que un tsunami
y no sabes qué hacer
llámame al móvil
cabrón.
Soy una mierda de poeta
pero puede
que tenga para darte
un par de ideas.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Recomendación para el jueves


Una excelente novela que demuestra cómo el disparate puede ser genial.
Es a las 19,30 horas, en Apodaca, 3.
Y después, queda cerca, al BUKOWSKI, que tenemos que volar a Plutorión!!!

Por la vuelta

Se nos va pronto, casi a fin de mes, este socorrista de las letras que en los meses pasados en Madrid, se ocupó más de mover la aguas y provocar acciones de otros, que de promocionar su propia y excelente palabra.
Ayer, martes y 13 de noviembre, nada menos, cometió la ante penúltima zambullida desde el trampolín, en EL BANDIDO DOBLEMENTE ARMADO, con el cierre provisional del ciclo BANDIDOS MUDOS. Compartió micro con el otro progenitor de la criatura, Diego Pita, y por si fuera poco -que no era- con Soledad Puértolas.
Se nos va Loyds, pero quiere volver pronto y ojalá.
Gracias a él, muchos de loa escritores del otro lado del charco, buena parte de "la joven guardia" porteña que avanza a paso redobladdo, lo ha tenido más fácil para hacerse conocer en el panorama literario madrileño, superpoblado, competritivo y a menudo oxidado.
Mientras tanto, además de alguna sorpresa que le prepararemos en el BUKOWSKI club, le espera otra cita el lunes 26 de noviembre, víspera de su partida, nuevamente en EL BANDIDO, con la cuarta edición de LOS MAREADOS, una argentinada de relatos, un asado con cuero de narraciones, que como tantas otras cosas, Loyds incitó a poner en marcha. Por ahí andaremos Rodrigo Galarza, Guillermo Roz, Damian Terrasa, Carlos Salem (Marcelo Luján , ausente con aviso por motivos de un viaje), y el propio Loyds, para decir Madrid como si dijéramos Buenos Aires y viceversa.
Así las cosas, se nos va pronto este súper héroe que bebe los cubatas partidos en dos, pero es un tipo entero. De allí el nombramiento honorífico, para brindar por lo que hubo, y sobretodo, por la vuelta.
C.S.

martes, 13 de noviembre de 2007

Isabel García Mellado


Es tan pequeña
que cabe en una gota
y queda sitio todavía
para un manojo de espuma
un jardín japonés de nostalgias
una selva de poemas
de amor y dolor
de besos y mamadas
y una sonrisa que hasta gardel envidiaría.

Es tan pequeña
que cabe en un bolsillo
y queda espacio
para una colección completa
de amores incompletos
o en pelea
unas coletas que llevan años
sin engañar a nadie
y una pizca de rencor
que no siempre es mala brújula.

Es tan pequeña
que cabe en un cuaderno
y sobra espacio
para una voz de microscopio
que te toca las estrellas más ocultas
dos secretos
que nunca cuenta a nadie
y un sendero de vasitos de vino
que va besando de a poco
y por eso los envidian.
Es tan pequeña
que cabe en una mano
y caben todavía
esos suspiros de papel
que no se escapan
todas sus palabras de arena
que se explayan
y una pinacoteca de miradas
que sólo se puede visitar
en días o noches señalados.

Es tan pequeña
que cabe en una lágrima
y en esa lágrima cabe
casi todo lo que importa
aunque a ella
no le importe demasiado.

(Versos que sobran, ante el dibujo del gran Igor Heras. el cabrón se supera a si mismo)



viernes, 26 de octubre de 2007

Peazo de ilustración para peazo novela


Muestra gratis (la novela hay que comprarla, listos) de la ilustración que el pájaro de IGOR HERAS ha realizado para la portada de la novela EL UNIVERSO DE AL LADO, del escritor cubano Eduardo del Llano, editada por SALTO DE PAGINA y que en breve estará en librerías. La novela en sí merece un comentario aparte y reseña en cuanto pueda, porque tiene mucha miga y de la buena.

Pero hoy, con permiso de Eduardo, quería referirme al ilustrador:

... Y pensar que íbamos a tirarlo.

miércoles, 24 de octubre de 2007

No quiero acordarme

(Este cuento se publica para desmentir ese falso ymalvado rumor que preende convencer a los incautos de que yo no soy capaz de escribir cuentos de amor)

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor..." El sonido del timbre la dejó fuera de la lectura de domingo y lluvia.
No esperaba a nadie.
Nunca esperaba a nadie.
Nadie era su mejor amiga, su amante, su memoria.
Fue a abrir en braguitas y camiseta. Tenía la calefacción a tope, desdeñando la primavera pasada por agua llorada.
Abrió y era él.
Después de tanto tiempo, dijo "hola". Y la besó.
Se desnudaron abrazados sobre la alfombra, a tres metros de la puerta y dos de la ventana y la lluvia. Fumaron y ella lloró en silencio, nueve pares de lágrimas, uno por cada año sin su piel.
Se durmieron así.
Al despertar, lo vió mirando por la ventana, desnudo, y apreció el paso del tiempo en su cuerpo, dibujando lo que entonces era un boceto.
Volvió al libro, para no pensar.
Él recorrió su espalda con un dedo, después con la lengua, después con toda la piel.
Ella se abrió sin dejar de leer, siempre la misma frase.
Él entró y leyó en voz alta mientras se movía al ritmo de la lluvia lenta en la ventana y el domingo. Dijo que si lo esperaba, porque leía el mismo libro que en el instituto, cuando todo empezó.
Ella dijo que todos los domingos leía ese libro, mientras lo esperaba.
Él siguió, sin dejar de leer la frase, los dos a dúo, en voz alta partida de gemidos.
Ella gritó de cuyo nombre no quiero acordarme mientras aceleraba el ritmo y él se derramó repitiendo de lanza astillero. Después fumaron, como estaban, ella sin verle la cara, él ya rocín flaco, dijo buscando la broma. Ella le dijo que había sido galgo corredor y que cuanto hacía que no. Él le recordó que había otras cosas, como entonces, sólo que ahora iba en serio y estaba en peligro.
"No ha mucho tiempo vivía", dijo ella como un rezo.
Y él agradeció el recuerdo y el cumplido del recuerdo.
Como entonces dijo.
Entonces hace una década, dijo ella,
y ni una carta, ni un mensaje, sólo una espera y este libro, hasta esta tarde.
Me escondo
, dijo él.
¿De ellos?, preguntó ella.
De todos, dijo él.
He visto tu foto en los diarios, pese a la barba y los años, supe que eras.
Soy, dijo él, más bien fui, lo la bomba en el colegio fue demasiado, todos están locos y yo sólo quería justicia, como el hidalgo.
Él mataba molinos, nunca niños, dijo ella.
¿Quieres que me marche?, preguntó él.
Quiero que te quedes, respondió ella,
saber como acaba el libro, y tal vez, por qué te fuiste hace tantos años, sin avisar, sin preguntar, sólo esa frase, "nos vemos el domingo".
No tuve elección, dijo él
, sintiendo que el calor del cuerpo amigo volvía a despertarlo, muy despacio. Se frotó contra ella, que preguntó, sin dejar de mirar el libro, si sus andanzas habían valido la pena, si los entuertos que entonces quería desfacer seguían igual, si esas sirenas policiales un rato antes de su llegada no habían sido sus trompetas de anuncio, si hacía mucho tiempo que conocía su dirección en Madrid.
Éla todo respondió que sí, urgido de ganas y de perder respuestas entre sudores.
Quiero verte mientras te amo, dijo.
Ella se tendió boca arriba, con el libro a un costado y la mano sobre la página abierta.
El trató de imponer el cuerpo a los reproches, de recordar con más detalle el sendero secreto de aquellos primeros placeres juntos.
Ella sonrió cuando él preguntó, mientras la abrazaba, que qué era eso tan importante que tenía que decirle aquel domingo nueve años atrás.
No tiene importancia, dijo ella mientras se movía como una ola con otra ola dentro, cosas de chicas, siempre con miedo, nunca fui una buena Dulcinea, así, como entonces, por fin lo encuentras, sólo que tenía dos atrasos, que estaba embarazada y poco más.
Éll abrió la boca para una pregunta que sonó como un disparo y cayó sobre su cuerpo.
Ella lo rodeó con un brazo, mientras la otra mano devolvía la pistola a su preciso hueco perforado en las páginas del libro y sintió su sangre resbalar y lo acunó como a un bebé y lo consoló diciendo que él, al fin y al cabo, no podía saber que ese colegio y ese niño y ese domingo de lluvia, eran los suyos.
Después cerró el libro.
Para siempre.

miércoles, 17 de octubre de 2007

La pequeña muerte

Algún francés
de mal follar
dijo una vez
que el sexo era la pequeña muerte.

Y me temo que hablaba de su sexo.

Porque la pequeña muerte acecha
en lo pequeño
en el número de teléfono que nunca marcas
aunque debas
en las frases que no sueltas nunca a tiempo
en el telediario de las tres de la tarde
en las noticias de las nueve
en la reseca estepa de los sueños
que más temes.

La pequeña muerte da mordiscos a tu amor
con sus diente de sibila
se desayuna tus ganas de bautizar las mañanas
se nutre de tus fracasos a mediodía
y por la noche te acuna con sus brazos
de autocompasión podrida.


La pequeña muerte
como un pequeño perro feroz y faldero
una piraña solitaria en tu pecera
un miedo enano que nunca te decides a pisar
ciertos olvidos que te inventas
para poder recordar sin consecuencias.

La pequeña muerte sabe
que cuando callas
tus palabras se cocinan en su sopa de saliva
sentencias hervidas o al vapor
condimentadas con la sal que ya no sudas
y crece sin contar las calorías.

Esa muerte de bolsillo
esa pequeña y mala puta con los ojos pintados de ironía
se pone sus mejores bragas
medias tentadoras
zapatos nuevos
y taconea siempre a dos metros de ti
para que puedas escuchar sus pasos
que te acusan y perdonan.

Está en la cola del súper
no paga el viaje en el metro
se cuela en todos los autobuses
y se conoce de memoria el horario tu tren

de cercanías.


Sabe todo lo que pierdes
lo que te aterra conquistar
lo que bosteza cuando quisieras gritar
y no te atreves.

La pequeña muerte cotidiana
avanzadilla de la muerte grande
muestra gratis de la nada
que habita en tu cama en tu cocina
en el atasco de las horas punta
en esas vacaciones que no alcanzan
en la mirada feroz de las vecinas
en los ojos de los otros
de todos los otros
en la tela de araña
de tus propias pupilas

Esa pequeña muerte que nos asesina
poco a poco
día a día
y que no puedes matar cuando la buscas
esa pequeña muerte predadora de migas
ese inocente canario que nunca desafina
esa muertecita de mierda
esa alimaña:
esa enjaulada mascota
que se llama

rutina

Memorias circulares del hombre peonza

Comencé a girar
con dos años y medio
a la hora de la siesta
cuando metí el brazo
hasta el hombro
en el sexo-volcán de un hormiguero

y no he dejado de girar desde esa siesta.
En contra del sentido
de las agujas del reloj
un coriolis sin pasaporte
ni hemisferios.

Dicen que cuando giras
todo el tiempo
contra el tiempo
se pierden los detalles
y es sólo otra mentira
es la estela del detalle lo que tienes
espumas de un paisaje
comisuras de labios
que te llaman sin nombrarte
un huracán de pestañas
una mano que roza el movimiento
y poco más.

Porque el que gira
mas que perderse los momentos
los congela
y en la próxima vuelta
ya forman parte de su piel de madera.

Rotación y traslación
como la tierra
y al igual que el planeta
el hombre peonza
no pregunta porque gira
lo hace
y gana tiempo
mientras el tiempo se pierde
en cada giro.
No creas que el oficio de peonza
es cosa fácil
tiene sus riesgos
sus leyes
sus renuncias
a veces quieres quedarte en un aroma
y cuando vuelvas a pasar
ya no será mismo perfume.
Tenía razón el griego aquél que dijo
que no vuelves a cruzar el mismo río
sólo olvidó decir
que el agua nunca cambia
eres tú quién no vuelve
a ser el mismo.

Tampoco creas que tu eje
se mantiene estable
horadando la vida de los otros
ser peonza es pasar
estar a solas
hablar con los espejos
y no estar casi nunca de acuerdo con ellos.

No se elige girar
se gira
y punto
a los dos años y medio
a los cuarenta
o cuatro horas antes de palmarla
sólo giras
y vas
en este viaje circular y necio
que no empieza ni termina en punto cierto.

Yo no decidí ser esta peonza humana
sólo lo he sido
recopilando fragmentos de miradas
palabras
que acaban siempre en on
alguna lagrima que enseguida se despega
la duda de lo que hubiera podido ser
y no será

y
esta
pregunta fija
que me impulsa
a pensar que debo hacer
ahora que empiezo a girar
cada vez un poco
más lenta
men
te.


Shhh, que vienen, que vienen


Recitales de poesía 2x1 en el BUKOWSKI CLUB
Víctor Sierra y Gsus Bonilla inauguran el ciclo
"Por la gorra y por el forro"
El Bukowski club quiere termina el año a tope, para responder a las iniciativas y el apoyo de todos los que nos ayudan a seguir intentándolo. Por eso, a las citas de los miércoles (Jam Session de poesía) y las de los domingos (Jam Session de relatos, en las que puede participar cualquier autor que se acerque al local (San Vicente Ferrer, 25) y traiga su PROPIO material; se suma ahora el ciclo POESÍA 2X1. La fecha inicial son los jueves, a partir de las 21.00 horas, y cada recital estará protagonizado por una pareja (de hecho) de poetas.
Romperán el fuego este jueves 18 de octubre dos viejos conocidos del Bukowski club: VICTOR SIERRA Y GSUS BONILLA, que han reunido para la ocasión lo que les apetecía leer, "Por la gorra y por el forro".
Victor Sierra Ha publicado cuentos y poemas en las revistas "Es Hora de Embriagarse", "Trampolín" y "Siglo XXI" y en las las antologías "Nueva poesía Hispanoamericana" (Ediciones Lord Byron, Madrid, 2007) y "Poemas para un minuto" (Editorial Hipálage, Sevilla, 2007). En la actualidad se dispone a ver publicado su primer poemario, "Garabato".

Gsus (Jesús) Bonilla,acaba de publicar el poemario "El forro" (http://stores.lulu.com/gsusbonilla) , que reúne sólo parte de una producción poética constante, de la que pueden dar fe los numerosos lectores de sus blogs. http://www.amoremachine.blogspot.com/ y http://www.puntogpuntg.blogspot.com/.



De mi falta de pericia y las buenas noticias


Vamos, que a estas alturas cualquier habitual o despistado de la red que se ha dejado caer -o ha tropezado- con este huevo izquierdo, ya sabe que el que suscribe, de diseño de blogs y otras lindezas, más bien poco. De ahí que al inaugurar (suena pomposo pero es así) , un nuevo rumbo para este blog, con la intención utilizarlo para algo más que publicar mis textos, por decirlo de una maner poética, la haya cagado. Porque lo expliqué mal y para colmo, al colgar -copiada- la noticia del nuevo libro de Ana Pérez Cañamares, me comí el texto que explicaba la cosa. Y la cosa es que esta poeta acaba de sacar nuevo libro y uno quiere que la gente se entere .Y que lo compre, coño.
El que haya visitado el blog de ana www.elalmadisponible.blogspot.com
sabe que se muestra infatigable a la hora de difundir la poesía en que cree. Y como propina cuantiosa, suele dejar caer, no con la frecuencia que uno querría, algunos de sus poemas.
Así que a comprar La alambrada de mi boca, cuya portada se ve arriba. Merece la alegría.

jueves, 11 de octubre de 2007

El Forro, de Gsus Bonilla


Otro que saca libros y poemas de paseo, para no seamos sólo unos pocos lo privilegiados que lo leen y escuchan. Jesús Bonilla se ha sacado de EL FORRO un buen manojo de poemas vivos, sin afectación y con las palabras de punta.
Puedes comprarlo en
y para que veas, una muestra gratis:

Refundación del huevo

Saben los que saben - y los que no se dan cuenta enseguida- , de mi escasa regularidad a la hora de mantener acutalizado este blog. No tengo interner en casa y me acuesto tarde. Cosas de la vida. Por eso sólo le echo algo dentro una vez por semana, o dos, en lugar de alimentarlo bien y a sus horas. Total, que como falta mucho para nochevieja, me hago un buen propósito a partir de ahora: darle de comer al blog, además de mis rayadas, las buenas noticias de libros, recitales, intentos, inventos y demás, de la gente que hace y se deshace en esto de la poesía, la prosa y demás. En el contacto del blog figura mi mail. Si quieres enviar alguna noticia,ya sabes.

Nuevo libro de Ana Pérez Cañamares


Reproduzco tal cual el post de su blog,


que conviene visitar:

miércoles, octubre 10, 2007

La gran noticia


... y la gran noticia es que mi libro, La alambrada de mi boca, está ahora mismo en la imprenta.Con un poco de suerte, la semana que viene, en la lectura de Sevilla, no leeré de mis manoseadas fotocopias, sino del libro, recién salido del horno, calentito y con ganas de ver mundo. Si entráis en la página de la editorial http://www.bailedelsol.org/ , podéis ver el cartel del acto de la próxima semana y en una esquinita la portada del libro, que tengo que agradecerle al poeta Lucas Rodríguez, que me brindó esa foto y me permitió seguir jugando entre nubes.Y os juro que no exagero si digo que mucho de este libro os lo debo a vosotros, a los que habéis estado ahí leyendo este blog durante este último año, enviando comentarios, aliento, apoyo, opiniones, lecturas y mucho cariño. No sé si os podéis imaginar el empuje y la confianza que me habéis dado.Y gracias, por supuesto, a Tito y a Ángeles, mis editores, porque han hecho que todo el proceso hasta ahora haya sido tan dulce y suave y alegre como un verdadero baile.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Mi gloriosa pandilla de tarados

(Otro de mis intentos sabineros, me dijeron el otro día -y ojalá en casos como el presente-, de contar lo que no hace falta contar, pero puede que se trate de eso. En todo caso, salvo la treintena de especímenes que aparecen y que hacen de los miércoles del Bukowski club algo casi tan bueno como un buen cubata... y con menos resaca, el resto del personal puede pensar, una vez más: "¿y este pavo, de qué me está hablando?". Pues de eso: de una gloriosa pandilla de tarados, descendientes de Puajj, enamorados de Nam, y a Grok, que le vayan dando... (http://elhuevoizquierdodeltalento.blogspot.com/2007/01/apuntes-para-una-breve-historia-del.html)

Frecuento una gloriosa pandilla de tarados
que cada miércoles
cruza la capital de los olvidos
confundiendo a los semáforos
y cambiando el ritmo de los pasos de cebra.
Beben brebajes infames
blasfeman con gracia no exenta de malicia
se alimentan con bocados de su penas
y las leen en voz alta
para hacerle al aire una caricia.
Dicen las malas lenguas
que son poetos y poetas
que su delito es perder el tiempo
antes de que el tiempo los encuentre
y que se reúnen en un bar de mala fama
en el que todo el mundo aplaude
cada vez que alguien va a mear
en el baño de las damas.
Hay un amargo plutón verbenero
que reclama el cetro de la feliz tristeza
y lo defiende a fuerza de talento;
Hay una reina de la nuit
que brilla más todavía
cuando la ves de día;
Hay una rubia que rima hasta las haches
a la que el pelo no le dicta los colores
que va sembrando de solidaridad las calles
aunque le guste posar de Barbie Revolution;
Hay una leoparda de feroces ojos verdes
que se guarda sus mejores poemas
y los practica conmigo
contra viento y marea:
Hay un profesor picaruelo
que seria el guía turístico perfecto
para todas las escandinavas que quisieran
visitar los vericuetos
si existiera
del museo internacional
de los Deseos;
Hay un gigante cromagnon folla sirenas
que acuna con su vozarrón a un pichón de colibrí
que le vuela por dentro;
Hay una pequenyita con cara de inocente
que a veces lleva trenzas
es bastante caradura
y se sabe de memoria el secreto ritmo de los peces;
Hay un asesino en serie de sus propios miedos
que los mata con bourbon y poemas
y se oculta bajo una colección de gorras
de las que usaba mi abuelo;
Hay un junta letras que las junta para siempre
y no presume de ello
aunque podría;
Una delgada chica peonza que lleva todo el viento dentro
viene de otra galaxia y tiene un perro con ruedas
que se llama mientras;

Hay un descendiente de los incas
que incansable persigue las piernas de la gloria poética
que ya se sabe, es una mala señora;
Hay un almirante de barcos
que varados
aún navegan
y que canta la bossa nova
con la suavidad exacta
para deshacer cualquier tormenta;
Hay una chica de gafas
que es la cuarta y quinta reencarnación de una mujer fatal
y de una monja
que en otras vidas
hizo pecar
a por lo menos cuatro santos;
Hay un par de pintureros que nunca te muestran sus trabajos
que atraviesan la noches pintándola por debajo de la falda
con brillantes trazos de color negro esperanza;
Tenemos a un arqueólogo de los tejados de londres
con pinta de cachorro de hombre lobo
y debilidad confesa por el encanto de las vendas;
y un lúgubre poeta rockero y gallego
viejo ladrón de gallinas emboscado
al que se le escapa la ironía de la cárcel redonda
de sus gafas de lennon;
Y al integrante de un trío de gemelos
al que le sobra tiempo para multiplicar la esperanza;


No nos falta una profesora de esas
que alteran los sueños del alumno más sereno
aunque ella viva casi pastoril
en su bosque poblado de gacelos.
Tenemos al penúltimo vampiro afable
que escribe con su propia sangre
lo que la sangre le dicta
después de cada amanecer o desengaño;
También está nuestra querida bruja
que en sus pociones
mezcla las ganas de vivir con benignas maldiciones;
Y el sonriente espadachín de las palabras
que las hace reír con la misma inteligencia
que las hace llorar
y tiene hacia los pollos un rencor
sobre el que es mejor no preguntar;
O el alargado vate correntino y lavapiecero
que busca entre su letras en Madrid
el aire húmedo y fecundo de sus remotos esteros;
O el hacedor de poemas tan breves
que le da pena despedirlos
y se le alargan en el tiempo;
Tenemos una virgen del atril
que nos desvirga una vez por semana
con la rabia nueva de sus descubrimientos;
y una fotógrafa incansable
enamorada de la vida y de la mahou
que sabe que lo importante
siempre ocurre por la noche.
Tenemos un cuco con alma de búho
porque lo mira todo y nunca dice mucho
pero que marca las horas
con versos minuteros;
Y hay un desordenado paridor de maravillas
de apellido impronunciable y sirio
que siempre leerá de pie
porque tal vez conozca la canción de silvio
y recuerde el peligro de las sillas.
Y un poeta tambaleante
al que le brotan versos gatos
que siempre siempre caen de pie.
No falta un corsario de bordillos
que ha pirateado por los siete charcos
y con las virutas secas de su voz
suele llevar la lista de los locos que se suben a este barco.


Puede que se me escape alguno en el recuento
Es que ellos suelen beber bastante
y por simple empatía me mareo.
Pero mi gloriosa pandilla de tarados
tiene la sana costumbre de volver
con papeles no han dejado de ser árbol
con poemas que aún no se han lijado
y consiguen que el verbo
“Pertenecer”
cada miércoles
me acojone

un poco menos.

martes, 25 de septiembre de 2007

Miranda


Para saber más:
Te merecías ser un prócer jubilado,
para ganarle al ajedrez a Bonaparte,
o soplarle una monja a Juan Tenorio;
para birlarle a Aníbal su elefante,
y salir a seducir con Casanova
un par de griegas de la corte de Alejandro.
Andarías de tertulia con Guevara,
o echando pulsos por dinero con Atila;
si la gloria fuera justa y no engañara,
harías con Ulises un duelo de mentiras,
o regateabas con el César las monedas
para alquilarle por un rato los laureles.
Pero la Historia,
Francisco,
es puta mala,
no sabe ni mentir con elegancia,
le basta con mirar para otro lado,
y como Evita dice:
la escriben los que ganan.

Te han dejado sin título y con hambre,
pero no podrán quitarte lo bailado,
aunque en Caracas la tumba de los grandes,
tenga vacía la mitad que te ha tocado
y en la otra mitad Bolívar duerma
su pequeñajo sueño acomodado.
Y tu, que naciste para conde,
harás amena la noche de los muertos,
tienes los huesos mezclados con la plebe,
de una fosa común en San Fernando;
y les cuentas de las guerras que viviste
y de cuánta mujer te has trajinado.

Pero la historia,
Francisco,
es puta mala,
hoy Precursor, mañana vil canalla,
te muestra o te esconde por capricho
y como Evita dice:
la escriben los que ganan.

De modo que te queda la memoria,
periódicos rescates de oscuros profesores,
notas en letra enana a pie de página,
y algún aficionado a perdedores,
que como yo te encuentre por sorpresa,
entre batallas y enaguas de duquesas.
Tu cuaderno de notas va contigo
enumerando ideales y vaginas,
gastos en viajes, en espadas, en vino,
recuerdos de Laffitte, la rusa Catalina,
Londres, Madrid, París y Philadelphia,
San Petesburgo y el Caribe en la entrepierna.
Pero la historia,
Francisco,
es puta mala,
te come el tiempo, se bebe la esperanza,
en cada viaje te confunde los mapas
y como Evita dice:
la escriben los que ganan.


Lo peor no es el limbo en que te pudres,
sino que te reescriban los ahnelos,
mira si día Spielgberg te descubre
te quita la ambición, te cambia el pelo,
y en la película que montan a tu costa
eres Di Caprio con melena de buscona.
Y eso si la Disney no ha olfateado,
el romántico perfil de tus andanzas,
o te veo hecho un efebo dibujado.
cantando a dúo con un pez o con un panda.
Pero no desesperes, De miranda:
al menos ho,y sus heroínas tienen pechos.

Porque la Historia,
Francisco,
es puta mala,
lo que pudiste ser , a nadie importa
te queda lo luchado y lo jodido,
y como Evita dice: la escriben los que ganan.

lunes, 24 de septiembre de 2007

De otro mono

Con todos mis respetos para Darwin
su aguado te de las cinco de la tarde
el periplo de sus viajes
y la soledad masturbatoria
que ratifica el azar de las teorías
he de decir
que yo vengo de otro mono.
Me niego
con rabia de primate
a descender del mismo simio del que viene rajoy
y entre el gorila que fue abuelo de bush
y mi abuelo carpintero
hay un montón de pelos
de distancia.
Prefiero el mono de Neruda
solemne abotargado.
El chimpancé que parió a Poe
entre copas y delirios
el escueto mono sonriente que fue el antepasado de Calvino
o el estirado mandril de culo rojo
al que acabó por nacerle un borges
tienen al menos un aire inteligente y onanista
que me pido como rama para un árbol genealógico
improbable
porque el mono belicoso y lloriqueante
de los que miden los suspiros como acciones
me resulta más ajeno
que el espinazo curvado del chacal en la maleza.
Yo vengo de otro mono
o hacia otro mono voy
pisando borracheras
porque puestos a elegir un animal
que me anteceda
prefiero
siempre
venir de un simio de organillo
que de la mona chita
con sus modales de ramera
que salta cada vez que se lo ordenan
y cuando ríe
porque el guión lo exige
me recuerda
la carcajada de una hiena.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Para Marcus Versus...


Rayada nº 1

Nunca
pasa
nada
hasta
que nada
pasa
me mira
y dice:
"¿Es que esperabas algo mejor?"
"Supongo que sí"
le contesto,
"Aunque algo es mejor
que nada".

"Nunca has entendido nada",
me contesta.
Y nada
vuelve
a pasar
y yo sigo esperando
aunque nunca
pasa
nada

mientras las hojas de los árboles
maúllan
cuando caen
como los ojos sin pupilas
de gatos jubilados
que ya no tienen
nada
que ver

jueves, 30 de agosto de 2007

Que se quite el fútbol...

Propongo referendum para sustituir el fútbol, la fórmula 1, el tenis, (y hasta las jam session del buko) por lances de este noble deporte que la imagen ilustra. Se admiten adhesiones, que no adherencias.

jueves, 23 de agosto de 2007

Buscadores de oro



Cuando tenía 20 años o alguno más
trabajé por unos meses
como conserje en un hotel de fracasados.
Y navegaba con la nevera llena de latas de cerveza
todas las noches en el charco de una lámpara.
Además de las putas más leales y los travestis
que no aceptaba casi nadie
la clientela eran viajantes de comercio
sin nada importante que vender
un astrólogo gordo y con dinero
otro flaco y con problemas de conciencia
y una legión cambiante de buscadores de oro.
Me daban pena
los buscadores de oro
que llegaban desde la capital
o desde el norte pobre
en busca del trabajo bien pagado y salvador.
Soldadores de altura,
maestros del cemento en bloques gigantescos
electricistas de cables como brazos
todos llegaban contando las monedas ahorradas para el sueño
mientras en la capital
o en la ciudades del norte calcinado
las familias esperaban y rezaban
como si rezar sirviera para algo.

Yo estudiaba todas las noches
preparando el viaje a una provincia más grande
con mejor universidad
junto a una novia que tenía
el culo más bonito de toda la ciudad.
Hasta que llegara ese día
vendía las cervezas de mi nevera a las parejas folladoras
de primer polvo y última hora
y consolaba con más solidaridad que paciencia
a los buscadores de oro que veían escaparse las pepitas.
La primera semana llamaban a diario
por teléfono
para avanzar en sus casas la entrevista salvadora
al día siguiente
para el gran puesto de trabajo
que les iba conseguir un tipo de corbata
que siempre
se llamaba Néstor.
Después, cuando el dinero se agotaba
y el oro seguía sin salir
llamaban menos
y a veces les dejaba llamar de desde mi mesa
y a veces les invitaba una cerveza
y los mandaba dormir cuando faltaba
una confesión de más para dejar salir las lágrimas.

El astrólogo gordo ganaba mucha pasta
y atendía a la gente en la cafetería de la avenida
pero vivía en ese hotel una vez por mes
cuando venía de gira
porque era un maldito avaro
que siempre le ofrecía a las putas
leerles la fortuna a cambio de mamadas.

El astrólogo pobre y con conciencia
tenía la misma pinta que los buscadores de oro
la semana en que empezaba a terminárseles la pasta.
pero siempre les decía algo bueno
y los pobres gilipollas llamaban a casa
asegurando que mañana si
que el lunes
que Néstor iba a recibirlos
y que empezaran a prepararlo todo para la mudanza.
Yo odiaba al gordo pero a flaco lo acusaba
cuando estaba borracho
de regar los sueños muertos de esa gente
y una noche me dijo con gesto serio
que prefería mentir
que contarles las penas
que siempre aparecían en su bola de cristal.

Una noche
un buscador de oro que entendió que nunca encontraría una pepita
se tomó un frasco entero de pastillas
y vomitó tanto que la pareja de adúlteros de la habitación de al lado
dejó el polvo a la mitad para avisarme.
El astrólogo flaco preparó un menjunje
con lo poco que había en la cocina
y se encerró a contarle mentiras felices
para seguir viviendo.
El gordo bajó a quejarse por el escándalo y lo mandé a la mierda
y a la noche siguiente, cuando hizo un viaje relámpago
a una ciudad petrolera
le dejé gratuitamente su cama
al travesti más pobre de la calle.

Por suerte y por horario
nunca los veía marcharse
las putas resucitaban cada noche
y los viajantes seguían viajando por inercia
pero los buscadores
sospechaba
se iban un poco menos vivos
cansados de creer en un dios esquivo
y con corbata
que siempre se llamaba Néstor.
Cuando aprobé los exámenes
apilé mis vaqueros en una bolsa
y cogí un autobús de madrugada
para buscar un trabajo
y una nueva cama que romper
con esa novia
que tenia el culo más bonito de toda la ciudad.
Y no pude evitar sentirme
un buscador de oro
a la caza de un futuro incierto
que nunca iba a mostrarme
ninguna bola de cristal
y dispuesto a romperle la cara
cuando llegara a destino
a cualquier tipo
que llevara corbata
y se llamara Néstor.

jueves, 12 de julio de 2007

De cabeza

(Como todo lo demás que he colgado hoy es triste, duro o jodido, aquí va una de Sotanovsky, más o menos leve)

Sotanovsky despertó ese viernes pensando que tenía por delante un puente lleno de lujuriosa pasión. Y que las dos novelas eróticas que había comprado en el Rastro sólo le costaron 3 euros cada una. Nada de ir tras mujeres desconocidas, se dijo. Que vengan ellas, yo sólo esperaré.
Tres horas después comenzó a sospechar que no sería tan fácil.
Hojeó una enciclopedia de rarezas animales, para no pensar en sexo. El león puede aparearse más de 50 veces por día durante el celo. El orgasmo de un cerdo dura unos 30 minutos. Los humanos y los delfines son las únicas especies que tienen sexo por placer. ¿Y si un delfín tiene sexo con un cerdo?, se preguntó ¿Servirá de algo contagiarse la peste porcina? Sotanowsky creyó entender por qué siempre había preferido las películas de la Metro.
Se dijo que debía serenase. Soy un adulto, con cierto atractivo para el sexo opuesto, que generalmente se opone a tener sexo conmigo, pero como decía Sisí, es por mi actitud distraída, ya que para el sexo uno de los requisitos es que ambos contendientes estén en la misma habitación y yo siempre me perdía en su casa.
Pensó en Sisí. Se pasó un mes diciéndole, "no, no", hasta que una noche decidió utilizar un método muy romántico.
Tiró una moneda al aire y dijo que si caía en cara se acostaba con él.
Si caía cruz, ponía la colada.
La moneda rodó bajo la mesa, se metieron a buscarla y el resto es fácil de imaginar. Sotanowsky tuvo que imaginarlo. Porque con su natural torpeza se golpeé la nuca y perdió el sentido.
Despertó desnudo y agotado en su cama y ella también estaba desnuda. Sonreía satisfecha y Sotanowsky optó por no preguntar. Ese fue su error. Sisí estudia Psiquiatría, concretamente trastornos de la personalidad, y adjudicó al golpe en la cabeza su épico comportamiento sexual de esa noche. Y como venía de una prolongada abstinencia tras el falecimiento de su novio ("querrás decir fallecimiento", la corrigió Sotanowskyí; pero ella sonrió enigmática y dijo que no, que había sido un "falecimiento"); su desmedido apetito sexual se podía medir contando los chichones de la nuca de nuestro héroe..
Se ponía a cien cuando él decía "me duele la cabeza", y si pronunciaba la palabra "jaqueca" o cualquier sinónimo, podía tener un orgasmo espectacular en el metro, algo que a Sotanowsky le daba vergüenza al principio, pero que soportaba mejor cuando los pasajeros le ofrecían monedas y aplausos.
Sisí narraba a todas sus amigas las proezas sexuales de su novio y ellas le recitaban sus teléfonos al oído cuando se descuidaba.
Lo malo es que como siempre le dolía la cabeza, la memoria de sotanowsky fallaba y acababa llamándose a su propio móvil para hacerse proposiciones deshonestas.
La cosa con Sisí no funcionaba: como cuando lo hacían Sotanowsky estaba inconsciente, todo ocurría sin que él se enterase de nada. Además, siempre le tocaba transportar la porra de goma que Sisí insistía en llevar cuando salían, por si le entraban ganas. Quiso dejarlo, pero ella argumentó que lo necesitaba, que era irreemplazable. Eso enterneció a sotanowsky, hasta que agregó que estaba basando su tesis doctoral en él y que era imposible hallar tantos complejos reunidos en un solo hombre.
Cuando descubrió bajo su almohada un catálogo de ferretería y marcada con bolígrafo la figura de un recio martillo de carpintero, Sotanowsky hizo lo que cualquier hombre adulto: salió huyendo mientras se duchaba, cambió de casa y volvió a dejarse la barba.
Decidió dejar de pensar en Sisí y ver un rato la tele, pero el destino conspiraba en su contra. En la tele pasaron un anuncio de Aspirinas que le recordó a Sisí. Buscó su número en la agenda y llamó. Mientras sonaban los tonos, pensó que su madre ya le había advertido que las mujeres le traerían más de un dolor de cabeza. Descolgaron, Sotanowsky se excitó sexualmente y, como estaba solo en casa y nadie podía verlo, se acaricio la nuca sin pudor.
-Cefalea-susurró con su voz más seductora.
Al otro lado de la línea se oyó un gemido.

País robado, país borrado

En un lugar del Cono Sur
de cuyo nombre y su dolor no he querido olvidarme
en marzo del 76 los hijos de puta tomaron el poder.
con tanques y delaciones
con una lista de candidatos a desaparecer.
Y los borraron a millares
sin dejar rastro
como para demostrar que ni la muerte podía existir
si ellos no querían.
Y si querían, la muerte desfilaba marcial por las avenidas
Para que la gente, aterrada, aplaudiera.

Yo tenía por entonces 16 años
y estaba más interesado en colarme entre las piernas
de las chicas de 18
en beberme la vida y sus licores
en odiar sin ganas a mi padre
sólo por ser un espejo- reloj
que me adelantaba 30 años
y una calvicie.

En la tele no mostraban nada.
En las radios no decían nada.
En la calle, la gente ponía cara de nada.
Pero sabías
que cada vecino era un enemigo en potencia
que si alguien desaparecía era mejor no preguntar
que la constitución estaba apagada por tiempo indeterminado
que los hijos de puta estaban ganando por goleada.


Y también
poco a poco te enterabas
de que los jueves se agrietaba el poder a golpe de pañuelo blanco
de viejas locas de mayo
de madres circulares paridas por sus hijos borrados.
Que el pasado no había sido otra serie de la tele
que no lo habíamos soñado
que seguía estando prohibido soñar
hasta nueva orden.
Y aprendías a odiar en secreto
de a poco, gota a gota
sin que nadie lo notara.
Puestos a borrar
habían logrado
casi
borrarnos la memoria.

Y mientras tanto
los hijos de puta cosechaban cabezas y riquezas
botines de guerra ante enemigos fantasmas y remotos
mientras tanto borraban a la hermana gemela
de una futura novia mía
cinco años mayor
pobre y dulce maría cristina
extirpada de hermana por el pecado de repartir panfletos.
Luisa, que enseñaba ballet en las chabolas
que creía en el mismo dios que justificaba a los hijos de puta
como si fuera un dios distinto
que desapareció una tarde del 77
de los pasillos de la facultad de periodismo
y la borraron creyendo que borraban a maría cristina
y en cierto modo lo hicieron
sólo que ella tardó diez años en desaparecer
un poco cada día.

Campos de concentración urbana
Gritos de gol del 78 a doscientos metros de los centros de tortura
aviones con vocación de submarino para sus pasajeros maniatados y dormidos
los libros eran leña de una hoguera de ideas calcinadas
y los cuellos dolían de tanto mirar siempre
hacia otro lado.

La tele seguía sin mostrar nada
la radio seguía sin decir nada
y en las calles
la gente ponía cara de yo no hice nada
de verdad, señor agente
se lo juro oficial
sólo éramos vecinos y ya me parecía que andaban en algo raro
“Algo habrán hecho”.

El odio te crecía recóndito
incomunicado
Sin habeas corpus posible, señoría
Y los generales se iban turnando en el sillón de borrar memorias.
Pero la economía se volvió insurgente
subversiva
se negaba a marchar al compás de sus tambores
la balada de Wall Street.
Y las Malvinas dejaron de ser dos borrones en el mapa
para convertirse en la mejor propaganda
del gobierno hijo de puta.
Y las plazas se llenaron de apoyos patrioteros
de banderas bicolores sin hoces ni martillos
mientras las madres circulares seguían cavando un surco de dolor
y cada jueves alguien se sumaba a la faena de cavar con los pasos.
En la tele y en la radio
los hijos de puta seguían ganando
mientras niños en zapatillas peleaban en las islas
y otros hijos de puta revendían en las capitales
los regalos que la gente mandaba para los héroes del Sur.
A nacho lo estaquearon en la nieve por volar con una granada
un almacén repleto de comida y rodeado por el hambre
de los soldados niños que lo invadieron.
Nunca supe qué le hicieron, pero al volver estaba roto
y se voló las pelotas cuatro años después
a la edad de 23.
Un buen día
la derrota de esa guerra de verdad
fue la victoria de la gente callada
y las teles empezaron a mostrarlo todo
y la radio a contarlo todo
y en la calle a la gente se le puso cara de esperanza.
Y salimos a la calle
y la tomamos
y nos juramentamos que ni olvido ni perdón
para los hijos de puta borradores
y soñamos otra vez con una justicia sin balanza trucada
y poco a poco
nos quedamos solos.

Acostumbrados a olvidar
querían olvidar todo lo que no habían hecho en esos años
olvidar a los muertos sin tumba ni nombre
olvidar que habían llamado a las puertas de los cuarteles
reclamando mano dura
olvidar que no sólo
los hijos de puta
habían sido unos hijos de puta.
Envejecidas, intactas,
las locas de mayo seguían trabajando de conciencia
para un país inconsciente.

A veces creo,
que si videla y compañía no fueron colgados en las plazas públicas
a lo mussolini,
fue porque no había cuerdas suficientes para todos
para millones
para el país de hijos de puta en que nos habíamos convertido

Cuando me preguntan si me vine por miedo
respondo que no
pero no es cierto
me vine por miedo
por terror
a terminar volviéndome
un hijo de puta más.

Donde nací,
al acto de irse se le llama "borrarse".
Yo me borré
antes
de que me borraran
la memoria.

Cadáveres exquisitos

Voy con mis muertos a cuestas mis muertos cómplices famosos
que saltaron desde libros de la infancia fiebres adolescentes
insomnios sin dinero ni tabaco o maduros entusiasmos envidiosos.
A esos muertos les canto.
Canto a los que parieron maravillas en mesas de bares y despachos
en trenes estaciones calabozos
(alguna mansión que también los hay con suerte)
románticos violadores de cuartillas.
Esos no han muerto tanto.
Fueron dioses descreídos y sin planos
vanidosos farsantes imprudentes neuróticos viciosos tartamudos
llenos de voces que eran vidas prestadas
y por puro descuido me prestaron.
Con esos muertos canto.
Escritores que atormentan mis intentos
con la impunidad insolente de sus logros
la imperfección inmejorable de sus textos
el privilegio al fin de saberse protegidos
y escoger el final de su argumento.
De esos muertos me espanto.
Cómo igualar de chandler la porfíade cirrótico borracho sin temblores
ebrio de soledad harto de hollywood sin cissy ya
para qué quiero la vida suicidado en la jolla mientras yo nacía.
Cómo copiar de cortázar el delirio de clase media alta afrancesada
capaz de cronopiarse en la distancia
llevar en parís las voces del país que compartimos
y tocarles el culo a las palabras.

Cómo igualar de borges la ironía que lo hizo viejo antes de los veinte
que lo hizo sabio y niño a los sesenta
y lo volvió buen palpador de secretarias (no sólo las palabras tienen culo).
Cómo beber de bukowski la dulzura oculta entre brutales cucarachas
poética entre sabanas pringosas auténtica
en peleas tugurios y borrachas
y seguir siendo un gigantesco caradura.
Cómo tener de neruda la soberbia de jardiel la mínima estatura
de reed la rebelde incoherencia
el complejo que llevó a hemingway tan lejos
de boris vian que me dejen la locura
No me olvido de lorca ni de verne vonnegut dos passos o soriano
hammet bernard shaw o conan doyle manuel scorza
bertold bretch quevedo haroldo conti (siguen las firmas y la deuda crece).
A esos muertos les canto.
Espléndidos difuntos contagiosos viajeros en baldosas y bañeras
acechados por facturas y dragones que ya se sabe
resultan mucho menos peligrosos. y nunca te embargan las princesas.
En el lugar que estén -será una imprenta-
desaparecidos para seguir estando se reirán de sus viudas de papel
de los críticos que los redescubren cada diez años
y de los lectores que a cuestas los llevamos.
A esos muertos les canto.
De esos muertos me espanto.
Esos
no han muerto tanto.

Nocturno de Buk


Con un pájaro azul atrapado en el pecho
y una botella de miller en la mano
el viejo poeta cascarrabias
escribe las miserias de los otros
con las imágenes borrosas de su propia niñez.
Sabe que la muerte espera
en los boletos rotos de la séptima carrera
y le importa un carajo
que en el piso de abajo
duerma la carne joven de su última mujer
o la avaricia voraz de una casera
afile los cuchillos del próximo alquiler.
En el aire flotan ángulos de wagner
curvas de caderas
el fantasma de jane
y bukoswski los atrapa
con anzuelos de teclas
para pintar con ellos la resaca
que siempre es una hoja de papel.

Con un pájaro azul atrapado en el pecho
y un puro entre los dedos
el poeta de las noches con alma de navaja
acuna la placenta de un poema
que acaba de nacer.
Suspira
destapa la botella de su vida
empina el codo
y brinda
como siempre
por el milagro de la sed.

Diminutas sabanitas voladoras

(Otro de Sotanovsky. Es un ser sin memoria, absurdo y cambiante, capaz de morir en un cuento y estar vivo y sin memoria del dolor en el siguiente. Quién pudiera.)

Habitaban los rincones del dormitorio y sólo eran visibles por el costado de sus gafas. Llegaban con la tercera cerveza o el segundo paquete de tabaco y siempre de noche. Por lo general cuando Sotanovsky escribía o estaba solo. Y casi siempre escribía y estaba solo. Eran minúsculas y volátiles. Traviesas, al principio de mostraban y se escondían, pero sin usar toda su velocidad, supuso que para permitir que las viera. Poco a poco, comenzó a diferenciarlas. Cada una tenía su personalidad, aunque en apariencia todas eran iguales, blancas y flameantes. Parecían nadar en el aire antes de perderse por un costado de la cama, detrás del cabecero. Tardó en habituarse a ellas, a su presencia fugaz, y cuando hablaba solo ya no lo hacía en voz alta. Alguna vez, al mencionar el nombre de Ella en plena borrachera, hubiera jurado que una diminuta sabanita voladora se sacudía de risa, mofándose de su dolor. Cuando no resistía la urgencia de llanto, se encerraba en el baño para que no pudieran verlo. Y dejó de insultar la ausencia de Ella, de recriminarle la monótona letanía de sus quejas. Sabía que las sabanitas estaban ahí, agazapadas y niñas. No quería apenarlas con su pena, o peor aún, ser objeto de su burla cuando dos se rozaban en el aire y Sotanovsky creía que se murmuraban compasivas frases cargadas de ironía.
Una de ellas, la más audaz, se acercó una noche. No lo suficiente como para que pudiera tocarla, pero permaneció ahí, nadando en el aire. Sotanovsky le sonrió y le narró su torpe desesperación. Hubiera jurado que lo escuchaba. Lo supo por la manera de flotar, tensa en la atención, ondeando apenas la parte trasera y con el extremo delantero un poco inclinado en la actitud del que oye algo interesante.
Comenzó a venir cada noche, ignorando las advertencias de las otras, que nadaban inquietas y la llamaban con sus puntas encrespadas. Una madrugada, Sotanovsky sintió su peso leve sobre el hombro, y aunque nunca había soportado que nadie -ni siquiera Ella- leyera detrás de él lo que escribía, su presencia lo animó. Siguió tecleando y bebiendo; de pronto las palabras tenían música otra vez, y cuando giró la cabeza para verla, la sabanita voladora asintió aprobando su trabajo.
A veces la vencía el sueño y se estiraba en su pierna. Sotanovsky le hacía cosquillas en el centro y se sacudía de risa. No le puso nombre porque tendría uno propio y cambiarlo sería un acto de vanidad inútil. Un racimo de sabanitas voladoras escandalizadas vigilaba su amistad con aire de reproche. Pero la pequeña y él eran ajenos a todas las reglas que rigen y separan las vidas de los hombres y las diminutas sabanitas voladoras.
Se convirtió en censora, crítico y musa de su literatura: bastaba una arruga de disgusto ante una frase forzada, un extremo negando la validez de un párrafo, para que Sotanovsky modificara el texto y buscara un camino más acertado. Era parca en elogios y sólo cuando alcanzaba a rozar la perfección, se permitía nada hasta su mano y darle una palmada de aliento.
La pila de folios crecía, y cuando Sotanovsky se sentía agotado, se tumbaba en la alfombra y le hablaba de Ella. Le confesó la impotencia de sus palabras, capaces de crear mundos, dar vida y dar muerte, pero incapaces de traerla de regreso. La sabanita lloró alguna vez con él y lo consolaba danzando un vals de humo. Hacía el payaso o se arrugaba en olas enanas, lo que fuera para conseguir que encendiera el ordenador y siguiera pariendo mundos para que las palabras no se le pudrieran dentro.
Sotanovsky volvió a beber, y ella se cuidó de invadir con pliegues afligidos la melancolía en la que él no conseguía mantenerse a flote. Estaba allí y era suficiente para que no se hundiera por completo.
Una madrugada despertó sobresaltado. Se había quedado dormido sobre la mesa de trabajo, entre el acto de apagar el ordenador y la maniobra más compleja de arrastrarse hasta la cama. La sabanita dormía sobre la mesa. De pronto supo que tenía las palabras. Las había soñado y eran un tacto de algodones en la mente de Sotanovsky: si las tocaba, se romperían; si tardaba en atraparlas, se irían para siempre. No tenía tiempo para encender el ordenador. Con un rotulador negro y sin pensarlo, escribió el mensaje en la sabanita dormida, que despertó creyendo una caricia y comprendió de inmediato la gravedad de la misión que le encomendaba. Se sacudió para despertar por completo y Sotanovsky pudo leer, antes del olvidarlas por completo, esas palabras que traerían de regreso a la mujer que se había llevado sus ganas de vivir.
La sabanita flotó hasta la ventana y la tocó impaciente. Él abrió y quiso darle las gracias pero no podía hablar. Ella Salió nadando por el aire sucio de la ciudad, en busca de un imposible.
Esperó todo el día, con la ventana abierta de par en par, aterido de frío. Y pensó en los peligros que acechaban en la ciudad a una joven y diminuta sábana voladora: cables de alta tensión, pájaros hechos a la rapiña de los desechos, niños con piedras.
Al anochecer supo que no volvería, pero permaneció junto a la ventana hasta que amaneció otra vez.
Y siguió allí, en duelo silencioso hasta que el sol volvió a caer.
Había perdido toda esperanza de recuperar a esa mujer y a su sabanita voladora, y no sabía qué pérdida le dolía más en esa hora sin sueños. Le había pedido demasiado y ella, aún sabiendo que sería su fin, lo había intentado. Se sintió culpable, pero al fin y al cabo, se dijo, él era así. Un artista no pide permiso para beber la vida, la bebe y punto. Se desnudó para acostarse, al límite del agotamiento. Se metió en la cama y aflojó cada miembro a la caricia reparadora de las sábanas, que comenzaron a estrangularlo lenta pero inexorablemente. Sonó el teléfono, oyó su propia voz en el estúpido mensaje grabado, y luego, tan lejana, la voz de Ella, anunciando su amor y su regreso. Alcanzó a descolgar y quiso hacerle una pregunta. Pero era una pregunta extraña, y fue lo último que pensó, antes de morir con los ojos llenos de puntos de luz que flotaban en el aire como diminutas sabanitas voladoras.

Eclipse

(Los habituales del Buk ya conocen este cuentecillo de pretensión ingenua, que forma parte de un libro nonato que ha de llamarse, si llega a ser publicado, "Los peligros de Sotanovsky")


Sotanovsky se asumía distraído, se gustaba especial, se odiaba diez minutos al día. Excepto los jueves. Porque los jueves sacaba de paseo a los relojes, y al verlos trotar alegres por el parque, olvidaba controlar el momento en que le tocaba comenzar a odiarse y después ya no había manera.
Gladys Repolletti se temía aburrida, se sospechaba lujuriosa, se convertía en ruiseñor cuando el otoño desnudaba árboles. Y luego los bomberos tenían que venir a bajarla, porque desafinaba bastante y sufría de vértigo. Se enamoraba siempre de un bombero diferente, que correspondía a su pasión durante seis peldaños, y luego, aburrido, la dejaba caer.
Él era apocado, achatado en los polos, oblongo en la melancolía, suspiraba hacia adentro y se alimentaba de cáscaras de pipas.
Ella era oronda por parte de padre y ubicua por parte de madre, lloraba cuando le venía la risa, y volvía a llorar cuando la risa se le iba.
Él hubiera sido un sabio muy famoso si su distracción no lo hubiera dejado en el estado de anónimo ignorante. Pero cómo no sabía ni siquiera eso, era feliz. Y cuándo tocaban el timbre de su casa para venderle tranvías, primaveras o vientos alisios embotellados, siempre creía que el que llamaba era un sueco que venía a entregarle el Nobel.
Ella hubiera sido una amante de novela si su tendencia a aburrir a quién se acercara a menos de un metro de distancia no la hubiera condenado al estado de excitación frustrada. Y cuando por su ventana abierta a la noche cantaba un búho, ella creía que era un fornido bombero que ardía de deseo por su cuerpo, y tenía un orgasmo de grado siete en la Escala Mercali, o un ataque de acidez estomacal, nunca estaba segura.
Él vivía en un edificio que miraba al Este, pero como estaba enfadado con el sol desde que era niño, a cuenta de no sé qué historia de un rayo perdido en el arroyo, nunca se asomaba a la ventana antes del crepúsculo, momento que aprovechaba para hacer al astro rey unos enérgicos cortes de manga hasta verlo desaparecer tras el horizonte.
Ella vivía en el edificio de enfrente, y como detestaba a la luna desde que su primer novio la dejó con la excusa de una dudosa licantropía, sólo se asomaba al amanecer, celebraba la derrota de la luna y soplaba sonoros besos al sol, que en alguna ocasión se ruborizó, aunque torpes astrónomos adjudicaron el fenómeno a una prosaica tormenta cósmica.
Nunca se habían visto.
Pero un jueves a él se le escaparon los relojes en el parque y comenzó a confundir las horas y a odiarse a destiempo. Por eso cierto mediodía que creía crepúsculo, mientras increpaba al sol con sus cortes de manga, creyó percibir un ruiseñor enorme en el árbol de la acera de enfrente
Y ella, que era miope pero oía peor, creyó distinguir a un apuesto bombero que la saludaba enérgicamente desde la ventana. Olvidó que era un ruiseñor y cayó del árbol.
Él trató de detenerla al vuelo y cayó también.
En ese momento comenzó el eclipse.
Y se vieron.
Y se amaron entre la oscuridad repentina, eufóricos por la muerte del sol y de la luna.
Cuando llegaron los suecos a entregarle el Nobel, él no les abrió la puerta por que estaba dentro de ella. Y tranvías, ya tenía.
Cuando un camión repleto de bomberos enamorados se detuvo frente al árbol de ella, ella no estaba, porque volaba en la penumbra de las manos de él y sus manos nunca se aburrían de tocarla.
Juraron amarse todo el tiempo que durase el eclipse.
Dura todavía.