martes, 6 de febrero de 2007

Los taburetes del Diablo

(Este lo conoce mucha gente porque está en la carpeta común y pringosa en la que almacenamos el material que va llegando. En todo caso, cuidado al sentarse...)

En el barrio de las Maravillas existe un bar en el que los taburetes los carga el Diablo.
Ignorantes de la maldición, los clientes del establecimiento llevan décadas disputándose los asientos que rodean la barra, pero en cuanto se sientan en uno de ellos, comienzan a sufrir sus efectos. Y salvo los autores de esta crónica –y Satanás, por supuesto- nadie es capaz de distinguir el taburete de la Felicidad del que provoca la Pena Más Profunda.
Según la leyenda, todo empezó la noche del 20 de noviembre de 1975, cuando el Diablo decidió salir de copas por Malasaña. Algunos cronistas apuntan que estas salidas eran habituales para el Señor de las Tinieblas, mientras que otros, como Germinal Alonso, aseguran que Belcebú quería celebrar, después de larga espera, la muerte de Franco, uno de sus discípulos predilectos, quién por fin iría a poner un poco de orden en el Infierno. Pero la afición de Molina al Anís del Mono y su conocida condición de rojo, hacen dudar a otros estudiosos de la imparcialidad de sus teorías.
En todo caso, las diferentes fuentes coinciden en la infausta fecha en que el Diablo entró en ese bar. Y también en el hecho de que, ya sea por casualidad, o porque mucha más gente tenía motivos de celebración ese 20N, el establecimiento estaba repleto y no quedaba ningún taburete libre.
En vano empleó el demonio sus malignos poderes de fascinación, su mirada magnética y hasta su aliento de azufre: nadie se mostró dispuesto a cederle su banqueta. Incapaz de darse por vencido, Satán llego a ofrecer ‘riquezas incalculables’ a un fornido melenudo que ocupaba un taburete en la esquina de la barra, a cambio de cederle ‘el sitio en el que asienta sus posaderas’. Todo lo que consiguió fue recibir un botellazo en el cuerno izquierdo, ser acusado de ‘chapero’ y de ‘bujarrón’, y arrojado a la calle. Enfurecido, el Maligno maldijo los taburetes des ese bar por los siglos de los siglos, cada uno con un sortilegio diferente.
Entre los más terribles, destacan los taburetes del Adiós. Están ubicados uno junto al otro y la pareja que se sienta en ellos, por fuerte que sea su amor, lo ve evaporarse antes del alba. Por el contrario, los taburetes del Flechazo Total, situados en extremos opuestos de la barra, hacen que se enamoren sin remedio y de modo fulminante quienes los ocupen, sea cuál sea su estado civil y orientación sexual.
El taburete de la Inspiración podría aparecer como un error de la maldición, ya que hace brotar, en quién apoye en él sus nalgas, las ideas más novedosas y geniales. De este modo, puede usted sentarse en él y antes de tener ocasión de solicitar al camarero un botellín, descubrir que comprende, de pronto, el sentido de la vida, o le método infalible para hacerse rico sin trabajar, o el modo de enamorar en minuto y fracción a cualquier persona del planeta. Lo malo es que, en cuanto se se levante para correr a poner en práctica la idea, esta se desvanece. Por lo general, desalentado, volverá a sentarte, la idea regresará y se repetiré la escena hasta que llega la ambulancia, avisada por el camarero, y dos amables y sólidos enfermeros le enfundan en una original camisa de fuerza.
El taburete de la Sinceridad obliga a decir a su ocupante lo que piensa DE VERDAD de las personas que tiene a su alrededor, y ha ocasionado no pocas fracturas, lesiones y palizas varias a lo largo de los años.
Quién se sienta en el taburete de la Clarividencia, conoce de inmediato el día, el mes y la hora de su muerte, pero no así el año. Y lo peor es que cuando el confundido cliente se marcha del local sigue recordando esos datos.
En cambio, otras banquetas diabólicas han terminado por resultar beneficiosas para sus usuarios. La del Cambio de Ideología, ha servido a más de un falangista juvenil para culminar su carrera como ministro socialista, y la de la Pérdida del Alma no causó ningún efecto apreciable en un conocido banquero madrileño de paso por el barrio. El taburete de la Fortuna revela a su ocupante, con total exactitud, la combinación ganadora de Bonoloto… del día anterior, por lo que el codicioso cliente se atornilla al asiento en espera de otra revelación, que nunca llega.
El de la Amnesia, como su nombre indica, perfora la memoria del que lo usa, aunque los dueños del local han llegado a sospechar que es utilizado como excusa para marcharse sin pagar por numerosos gorrones. Otro tanto ocurre con el taburete de la Gilipollez, que podría suponerse el más utilizado del bar, pero un rápido cálculo permite sospechar la imposibilidad de que todos los gilipollas que pululan por el barrio hayan comenzado su carrera en ese asiento, que ya debería haber desaparecido por desgaste.
El taburete de la Nostalgia sume a su usuario en una profunda melancolía por lo que fue y ya no será, en incluso por lo que todavía no ha sido. Así, no es raro ver a un cliente llorando frente a una tapa de boquerones en vinagre, lamentando la marcha de los buenos ratos compartidos con el pez; y más de un aquejado por la Nostalgia solloza al ver por primera vez a una joven a la que amará profundamente, para sufrir después el desgarro de las despedidas, antes incluso de intentar una aproximación galante mediante la ingeniosa pregunta de “¿vienes mucho por aquí?”
El taburete de la Empatía hace que su ocupante comprenda de un modo integral a su vecino de la derecha, con una compenetración tal que hace suyos sus temores, alegrías, convicciones, y hasta sus deudas. Y el asiento de la Utopía lleva a quién posa en él sus muslos a creerse capaz de acometer empresas demenciales, como acabar con el hambre en el mundo, comprender los mecanismos del amor, o fundar una editorial en Malasaña.
En ocasiones, los taburetes satánicos se combinan de un modo perverso. Por ejemplo, quién se sienta en el del Altruismo, necesita donar todo su dinero y bienes inmuebles a quién esté a su izquierda. Pero como allí se ubica el taburete del Egoísmo, el vecino en cuestión se niega a aceptar la oferta, para no tener que dar ni las gracias. El taburete de los Celos, emparejado con el de la Coquetería, han sido causa de no pocos dramas pasionales en el bar, mientras que el de la Conscupiscencia, al estar pegado al de la Castidad, suele hacer que posibles proezas sexuales queden en nada.
El taburete de la Audacia, contagia a su ocupante de una gran confianza en si mismo, por la que se siente capaz de lograr cualquier proeza… siempre que entre la concurrencia del bar, no haya una mujer rubia,algo que siempre ocurre. Y Satán, en su infinita maldad, estableció en el sortilegio, que la rubia podía ser de bote.
La banqueta de la Espera hará que nunca llegue la persona a la que aguarda el cliente que se sienta en ella, y quiénes utilizan la de la Contradicción, suelen ganarse el odio de los camareros, al tenerlos en vilo toda la noche mientras deciden si lo que van a consumir será una caña o un cubata.
La maldición no siempre funciona de modo lineal. Así, un cliente que esté en el taburete del Sopor, quedará pronto sumido en un profundo sueño. No obstante, alguno individuos parecen inmunes y en lugar de padecerlo, lo contagian a sus vecinos, narrando anécdotas y confidencias que curan cualquier insomnio.
El taburete de la Exactitud no perdona: si se sienta usted en él, no admitirá ninguna imprecisión. Tal fue el caso de Herminio Alvarez, a quien, una noche de 1993, cuando estaba a punto de marcharse, alguien le preguntó la hora.
Herminio consultó su reloj digital y respondió:
-Son las dos horas, treinta y cinco minutos y cuarenta y dos… cuarenta y tres… cuarenta y cuatro…cuarenta y cinco…
Herminio sigue, después de todos estos años, sentado en el taburete, persiguiendo los segundos que huyen.
De la misma familia es el taburete de la Literalidad, que lleva a tomar cualquier frase al pie de la letra.
Es probable que usted entre al bar en cuestión y, tras sentarse en el maldito taburete, al ser saludado por el camarero con un tópico pero gentil “buenas noches”, responda:
-Buenas, buenas… hasta cierto punto. Porque si se refiere usted al clima, la temperatura es de 16 grados, pero el viento del Noroeste hace que disminuya la posibilidad de lluvias, con la falta que hacen en el campo. Y si su observación se refiere a la bondad de la noche, la noche no pude ser buena en si, sino por lo que le ocurra a quiénes la vivan. Pero más aún, usted ha utilizado el plural, entonces ¿ a cuál de las “noches” se refiere, a la de hoy, a la de ayer, a la de mañana?
Es probable, que el camarero, conciliador, suspire y le pregunte “¿Qué le pongo?”, a lo que usted responderá que ponerle, ponerle, no le pone. En todo caso, le resultaría simpático, si no fuera por ese ridículo bigote. Tras un difícil intercambio de frases, le servirá la bebida que solicite, recomendándole para acompañarla una ración de patatas bravas, “que están que te cagas” y que usted rechazará por motivos obvios. Del mismo modo, se abstendrá de aceptar las propuestas eróticas que le formulará una rubia espectacular, por haber oído decir de ella, minutos antes, que “está de muerte”; o intervendrá, con precisión, en la conversación de la pareja de enamorados sentados a su izquierda, matizando:
-Ustedes perdonen, pero creo que no es exacto que le diga usted a la señorita que en cuanto salgan de aquí le va a “comer todo”, ya que en el hipotético caso de que fuera usted capaz de comer carne humana, mal podría, en una misma noche, digerir los 58 kilos que pesa la señorita…
-¡Oiga, que yo peso 49 kilos!
-58 kilos y 550 gramos, me temo. Además, usted, señorita, tampoco ha sido muy clara al decir, hace unos minutos, que sólo tenía ojos para él, cuando la he visto mirar, con evidente deseo, al camarero…
Tras varios episodios como el narrado, su presencia se hará notar en el bar, hasta tal punto que, tanto el camarero como el resto de los presentes, le sugerirán, con una perfecta sincronía coral que se vaya usted a tomar por el culo.
Recomendación que usted cumplirá al pie de la letra.
Los autores de esta crónica, conocedores de la localización del bar y del mapa de maldades de los taburetes malditos, son también clientes del mismo y suelen sentarse en los de la Perversidad.
Por ese motivo no hacemos público el nombre del bar.
Así las cosas, tenga cuidado al ocupar un taburete en los bares de Lavapiés. Tal vez sea la próxima víctima.

Inés Pradilla & Carlos Salem


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