jueves, 7 de agosto de 2008

Camino de ida, por ENRIQUE BIENZOBAS

Evidentemente Octavio Rincón no es James Bond, pero tiene un amigo llamado Soldati que con un alambre es capaz de todo, por lo que no necesita a Smithers (como creo que se llama el que inventa esos artilugios tan eficaces para el agente 007). Alambre frente a tecnología. Imaginación frente a imposición. Tampoco Dorita es Ingrid, pero uno no puede dar marcha atrás cuando, al enterarse de que su mujer ha muerto, le crece la polla. Por eso en Camino de ida, del argentino Carlos Salem, no hay regreso, todo consiste en ir…, ir a cualquier pueblo, a cualquier cruce de caminos -sin importar cual se toma-, al mar, a Madrid, a… Esa es la metáfora más hermosa de la historia de Octavio.
Camino de ida es una trepidante historia que si la empiezas ya no puedes dejar de leer. Por eso es mejor encararse con ella por la mañana, pues si abres el libro la primera vez por la noche, no duermes. Tampoco dejas dormir a quien tengas al lado, ya que la historia es divertida, corrosiva, tanto que al autor le importa una mierda el respeto debido. Y, ya puestos en ese tono, me alegra encontrar a un Carlos Gardel cuya única misión en el mundo es asesinar a Julio Iglesias por destrozar los tangos. Yo añadiría más, por destruir la música. Ganas me dan de marchar con el comando encabezado por Gardel en busca de justicia musical.
Pero no crean que todo es burla, ironía, sarcasmo. En su marcha hacia delante, que es como decir hacia ninguna parte, Octavio encuentra a personajes maravillosos. Empezando por Soldati, siguiendo por Gardel y pasando por gentes que han perdido la historia y que la buscan con ahínco, sin rechistar, en un tiempo que ya no es el suyo. Como esa historia tan hermosa de Grimaldi y su película para el oscar que todos los días rodaba sin film en la cámara, acompañado de Nora (o Beatriz), la única del grupo que guardaba en los ojos la insatisfacción de la realidad. O Gracita, la que en Madrid vende amor en solitario buscando el suyo imposible. O como ese escritor marroquí que nunca ha escrito nada pero que ha sido propuesto para el premio Nóbel de literatura. Personajes destartalados, humanos, tan hermosos que a veces la risa se mezcla con algo salado.
En Estudio en Escarlata Carlos Salem nos leyó fragmentos del primer capítulo. Hizo bien, los primeros contactos con la historia enganchan, divierten. Pero luego uno va aprendiendo a amar a cada uno de los personajes de tal manera que, según se va acercando el final, aunque sea trepidante –al menos a mi me pasa eso-, deja de leer y busca otra cosa para luego volver a la historia. Así una y otra vez, con el fin de prolongar más el contacto con todos ellos y quizá también, consigo mismo.
Camino de ida no es sólo una novela, es una enseñanza. Y si no miren ustedes como nos alecciona cuando uno se encierra con su frustración mirando con rencor el mundo: No se puede vivir echándole la culpa a los demás de lo infeliz que eres, porque ser un infeliz también es una elección, pero una elección de mierda. O como cuando encuentra a Ingrid, una mujer del tipo de las que viven en la veintena hasta que una mañana se despiertan con cuarenta y cinco y ningún recuerdo. O esta otra metáfora tan triste e impactante que por si sola bien vale todo un comentario, estaba gastado por miles de días iguales y sin novedad.
¿La historia? Mejor léanla ustedes y disfruten de su hermosura en estos días veraniegos. Se convertirá en una compañera inolvidable.

SALEM, CARLOS: Camino de ida. Editorial Salto de Página. 219 págs. Madrid, 2007. ISBN: 978-84-935635-2-3

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