lunes, 8 de junio de 2009

Casimiro, Octavio, Arregui, Juan Pérez, el rey y yo, en Ginebra



(La condena del desorganizado -si no aprende a olvidar y uno no quiere), es comenzar todo por el final, por lo más reciente. En estos meses han ocurrido tantas cosa,s viajes y gentes, que no hago más que quedar mal conmigo mismo y con los demás, retrasando fotos y post en el blog para cuando pueda hacerlo bien y me temo que nunca aprenderé. Así que empiezo por lo más reciente y me prometo recuperar fotos y momentos de Gijón, Ibiza, París y tantas otras citas recientes en las que fui bien recibido y partí con ganas de volver.)


Borges en bicicleta

Dicen que aquí Borges lleva años haciéndose el muerto para pasear en bicicleta sin que nadie lo molesta. Puede ser. Tabién puede ser que un ciego pedalee sin peligro de atopello en una ciudad en la que las viejas no se asustan de mis pintas cuando me acerco en su ayuda para abrirles la puerta del hotel desde fuera, o los policías me sonríen en lugar de palparse la cartuchera con la reglamentaria.
Una ciudad en la que se habla francés pero se bebe cerveza como si estuviéramos en la parte alemana de Suiza, que también tiene una parte italiana.
Y sin saberlo, o sabiéndolo y disfrutando de ello, Ginebra tiene una parte que habla, sueña y piensa en español.
Se llama Librería Albatros y lleva casi 30 años remando en nuestro idioma, reuniendo a hispoanoamericanos y suizos que aman esta lengua, soplando cultura sin mayúsculas, acaso porque Rodrigo Díaz, que va a los pedales, sabe que las mayúsculas vienen siempre después de un punto y aparte y él apuesta por los puntos suspensivos.



Con la complicidad del Instituto Cervantes de Lyon, Rodrigo contrabandea poetas y narradores de habla hispana a Ginebra, y no mira el ránking de ventas o los premios,sino los libros. Cosa rara, dirán ustedes, en un librero. Pero por suerte quedan mcuhos que lo hacen todavía.
Allí llegamos, el sábado, Casimiro Parker, Octavio Rincón, el Número Tres,El rey la chica autora del pedo más bello del mundo y yo, (todos con un sólo billete, tiene mérito), para presentarnos en la ciudad helvética y con miedo a meter la pata. Igual lo hicimos, no lo sé. Pero en ese caso, que no se culpe a mis personajes sino a mí. En el local de Albatros, pese a la lluvia que había caído con violencia nada suiza, los asistentes tuvieron que tragarse la charla que di, inconexa, como siempre, pero sincera. Lo único que he aprendido en estos dos años de publicar libros y presentarlos, es que no me sirve ni me gusta prepararme un discurso conveniente, y que la corrección política es un tipex que siempre te acaba manchando los dedos.
Hablé de las novelas, de los cuentos y los poemas. Y también de los proyectos que vienen. Leí dos cuentos del libro y una sarta de poemas impertinentes que me siguen gustando cuando los leo ante un público nuevo.

Contesté sinceramente a las preguntas inteligentes del escritor cubano José García Simón y me llevé la sorpresa de una plaquette con mi poema "Buscadores de oro", realizada por el poeta Sergio Cáceres.Pero lo más importante: conocí a gente que vive los libros como un viaje y el español como la maleta en la que llevar esas vivencias. Cosa rara, entre personas que hablaban tres idiomas como mínimo, yo, que penas hablo español y mal, creo haberme hecho entender. Luego fue la charla, las cervezas, los proyectos de volver pronto,tal vez un taller después del verano, puede que una revista para que los 30 años de Albatros no pasen inadvertidos,y la sensación de estar en casa, ahora que otra vez no tengo casa.


Me quedarán nombres en el tintero (menuda chorrada, ya nadie usa tinteros),pero prometo recuperarlos, así como más fotos.
Entre tanto, no se me puede olvidar el entusiasmo lector y la calidez de Loretta y Gina, indispensables para que e albatros siga planeando mientras Rodrigo pedalea, la cordialidad de Martina, la vociferante euforia constructiva de Santiago, la inquietante curiosidad de Gabriela...


Me faltan nombres, digo, pero los recuperaré, porque tenía que ser en Ginebra, después de más de 20 años en europa, donde comprendiera, por fin, qué coño es ser hispanoamericano.
Y me gustó.




Fue una maratón de 24 horas en una ciudad en la que ni siquiera yo puedo ponerme nervioso. Y eso que el viaje empezó al estilo IBERIA, hubo que pagar dos veces un billete que ya estaba pagado,(de no mediar la presencia de Ada, que esta vez merecío la "H", me quedaba con cara de T4 hastaNavidad, por lo menos), sortear el laberinto infernal de la T4 (ahí te hubiera querido ver, Dante), y todo lo que implica recorrer pasillos y pasillos señalizados por mano artera, con la sensación de que nunca pillarás el jodido vuelo. Pero fue llegar a Ginebra y saber que todo iba a otro ritmo, la vida en bicicleta y hasta los punkies disculpandose si tropezaban contigo en la acera, aunque la culpa fuera tuya.
Antes de comer, Rodrigo me llevó a la visita obligada que no obligatoria: la tumba de Borges, que bien podría tener cientos de años. Una lápida de reminiscencias vikingas y un entorno sencillo, en el que el poeta escuchará, cuando se retire por las noches a descansar, el silencio que le llene de imágenes la cabeza.
De camino, nos topamos con tumbas discretas pero llamativas, como la de la foto, y Rodrigo y yo llegamos a la deducción e que ahí descansaba el abuelo de Harry Potter y ha se habría podido estirar el niño mago con un mausoleo por todo lo alto, con la pasta que ha ganado...


Y detrás de la tumba de Borges, vecina que alegrará las noches del ciego,la de Griselidis Real,"escritora, pintora y prostituta", siempre cubierta de de flores. Rodrigo me contó que cuando murió, en 2005, y decidieron enterrarla tan cerca del escritor, el núcleo bienpensante ginebrino protestó, pero no hubo caso. Seguro que Borges agradece la compañía, e incluso, algunas noches, cuando Ginebra duerme, la monta en el caño de su bicicleta y salen a recorrer los antros que no pude hallar en tan pocas horas, pero seguro que existen en la ciudad.




Irreverente que es uno, le planté encima tres de los cuatro libros de YA LO DIJO CASIMIRO PARKER (Lo siento, Oskar Aguado, no olvidé el tuyo, pero con la mudanza a la mitad tengo la vida en cajas y no pude hallar mi ejemplar a tiempo. Prometo que en el próximo viaje lo llevo),





y hasta leí tres pomemas del libro que Rodrigo grabó en vídeo por aquello de hacer el tonto y hacerlo bien. Luego fuimos en busca de un sitio donde comer, en una ciudad que en sábado por la tarde duerme una siesta plácida.
Al salir del cementerio vi una bici recostada contra árbol. Una bici sin candado y con las ruedas gastadas de rodar sin prisas.
Seguro que era la bici de Borges.

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