miércoles, 22 de diciembre de 2010

La nueva novela de José Manuel Fajardo gana el Premio Alberto Benveniste en Francia




El Centro Alberto Benveniste integrado en la École Pratique des Hautes Etudes (Universidad de La Sorbonne de París) tiene como misión incentivar la creación y la investigación sobre el mundo del judaísmo de la península ibérica, antes y despues de la expulsión de los judíos de España en 1492, en el campo de la lengua, de la cultura y de la historia.

Con tal propósito, el Centro entrega cada año el prestigioso "Premio Alberto Benveniste" a la mejor obra literaria, que aborde el universo judío sefaradí, publicada en Francia. El premio del año 2011, que será entregado el 17 enero en una ceremonia en la École Normale Superieure de París, ha sido atribuido, por unanimidad del jurado, a la novela de José Manuel Fajardo, Mi nombre es Jamaica, cuya edición francesa ha sido publicada por Éditions Métailié, y que fue editada en España por Seix Barral.
El Premio Alberto Benveniste ya fue entregado en 2004 a otro autor español, Antonio Muñoz Molina, por su novela Sefarad (editada en Francia por Éditions du Seuil).

(Una excelente novela de un escritor que siempre sabe fascinar a sus lectores. Si te vas a regalar algo BUENO estas Navidades, ya sabes :"Mi nombre es Jamaica", en Seix Barral. Y no sólo lo pienso yo. Si pinchas en el link, podrás leer la crítica que le dedica Rosa Montero en Babelia)

http://www.elpais.com/articulo/portada/locura/mundo/elpepuculbab/20101204elpbabpor_29/Tes

lunes, 20 de diciembre de 2010

Un regalito de Navidad

El siguiente relato fue publicado hace unos meses en l
a revista OTROTIPO. Usé para inspirarme en los personajes de esta trama negra con ecos clásicos (y un poco de erotismo, que con este frío viene bien), a dos tipos que aprecio y admiro como escritores y como amigos: Pedro de Paz y Jerónimo Tristante. El policía se basa en Pedro, y El Lobo en Jero. Tarea difícil, ya que los dos dan más el timpo delincuentoide...
Las ilustraciones son del GRAN GRAN Daviz del Reino, alias El Arrugao.




¿Quién mató al lobo feroz?



Avancé con el coche por el camino privado durante medio kilómetro y sólo entonces pude ver la mansión. Detrás, el parque natural que limita con la propiedad parecía pedir disculpas porque sus árboles no se veían tan pulcros como los de sus vecinos ricos. Las luces de todas las ventanas estaban encendidas y delante del porche conté tres coches. Ninguno oficial. Mejor, pensé. Me gusta llegar a la escena del crimen antes de que los de la Científica, envenenados con tanta serie de televisión, lo llenen todo de letreritos amarillos y sustancias pringosas. De algo tenía que servirme ser el único policía de Homicidios que sólo trabaja en el turno de noche.
Toqué el timbre aunque la puerta estaba entornada y abrió “La abuelita”. Tenía que serlo: la llamada la había hecho una muchacha denunciando que intentaron matarla a ella y a su abuelita. Y la mujer que me observaba no tenía pinta de nieta. Tampoco de abuelita. Aparentaba treinta y pocos años y sólo vestía una corta bata de seda negra que se untaba en su cuerpo. Le mostré la credencial y traté de mirarla sólo a los ojos. Casi lo consigo.
—¡Ha sido horrible! —dijo ella mientras me abrazaba— ¡Ha sido horrible!
—Quisiera ver el lugar en el que ocurrió, por favor.
La seguí por escaleras amplias y sin barandillas, mientras la bata negra bailaba delante de mis ojos. Para pensar en otra cosa, pregunté si el personal de servicio seguía en la casa.
—Es martes, tienen día libre —me dijo como si esa información figurase en el BOE y yo estuviera obligado a saberlo.
Seguimos por un ancho pasillo alfombrado hasta desembocar en dormitorio interminable. El suelo y techo eran blancos, revestidos de un material de apariencia suave. Los espejos que cubrían los muros extendían el espacio, y completaba el efecto la enorme cama blanca, en la que media docena de personas que se odiaran podrían dormir sin tocarse. Aunque no era eso lo primero en lo que uno pensaba al ver ese lecho.
Y en el centro de la cama, estropeando tanta blancura, el cuerpo de Jerónimo El Lobo Tristante, desnudo y definitivamente muerto.


Avancé hacia él. Tenía los ojos azules abiertos como si no acabara de creerse que la fiesta había terminado. No soy forense, ni lo quiero ser, pero hubiera apostado una caja de balas de plata a que la causa del deceso había que buscarla en el tajo limpio que le cercenaba el cuello
Detrás de mí, la Abuelita emitió un ruidito agudo. Giré y vi que caía hacia mis brazos, con los ojos cerrados. Di un paso al costado y la dejé completar la trayectoria, hasta quedar de bruces, medio cuerpo sobre la cama, la bata insuficiente y nada más debajo. Quedó inmóvil, con la respiración agitada. Me acerqué y tomé el pie de El Lobo, lo levanté y lo desplacé hasta que tocó el brazo de la Abuelita. Ella ronroneó, suponiendo que era mi piel lo que tocaba, pero de pronto comprendió, abrió los ojos y se le pasó el desmayo. Se sentó en el borde de la cama, lo más lejos posible del cadáver, y trató de cubrirse con la bata, que no estaba pensada para tal fin.
—Tengo toda la noche para jueguecitos, señora —le dije mientras encendía un cigarrillo, aunque no había ceniceros a la vista —.Pero usted no. En quince minutos, llegarán mis compañeros. Y ellos sólo verán que tiene un muerto en su cama. Creo que le conviene contarme qué ocurrió.
Presionó un botón invisible al costado de la cama y un panel se deslizó en silencio, dejando al descubierto un surtido de licores que hubiera provocado la envidia del barman de Los tres cerditos, el bar en el que El Lobo Tristante y yo solíamos cruzarnos como pasajeros de la noche. Comprendí lo que quería la Abuelita y deslicé la mano frente a las botellas, hasta que un gesto imperceptible de ella me indicó sus preferencias: ginebra Hendricks. Le serví un vaso generoso, con tres cubos de hielo y se lo alcancé. Sacudí la cabeza y me puse una buena ración de un bourbon importado. Al diablo con los tópicos sobre policías que no beben estando de servicio. Lo necesitaba: El Lobo estaba muerto sobre la cama y había sido mi amigo. O algo parecido.
La Abuelita bebió un largo trago y empezó a hablar:
—Ya lo explicó todo mi nieta cuando llamó a la policía: él entró con engaños, me violó e hizo lo mismo con ella. Luego intentó matarnos y…
Saqué el móvil y empecé a marcar un número:
—¿Qué hace?
—Llamo a los de la Científica para que traigan también a un informático Apostaría a que este tinglado erótico-tecnológico incluye por lo menos cuatro ocultas, y aunque hayan borrado la grabación, siempre se puede recuperar. ¿Lo sabía, señora? Vamos, que la violación habrá quedado registrada…
Tomo un trago e hizo un gesto con la mano. Guardé el móvil en el bolsillo.
—Tiene razón. inspector…
—Puede llamarme Pedro.
—No fue exactamente una violación. Llegó a eso de las siete preguntando por mi nieta. Ella había avisado que vendría a cenar un ex -profesor suyo.
—¿No le extrañó que su nieta tuviera un amigo cuarentón?
Encajaba. Entre otras cosas, El Lobo Tristante era profesor de instituto. Aunque en comisaría muchos compañeros llevaban años intentando cargarle toda clase de delitos, la única actividad “ilegal” que le conocía era aprovechar la ausencia de ciertos policías para tener líos con sus mujeres. No sabía que le fueran las jovencitas, pero era típico en él intentar una función doble intergeneracional con la nieta y la abuela. Y más con una Abuelita como esa.
Ella me contó que a poco de llegar el Lobo recibió un sms de su nieta advirtiendo que se retrasaría unas horas, y que en su papel de anfitriona le ofreció algo de beber y comenzaron a charlar.
—Era un hombre simpático —dijo—. No dejaba de bromear y contaba con gracia los chistes más groseros. Una cosa fue llevando a la otra y…
Típico del Lobo. Las chicas de Los tres cerditos solían regalarle favores porque las hacía reír. A mí me lo hacían gratis porque yo era policía y también porque siempre estaba triste. Eso decían ellas. A Práctico, el mayor de los trillizos dueños del local, no le hacía gracia nuestra amistad, pero a las chicas les encantaba vernos llegar y siempre bromeaban con lo de Pedro y El Lobo.
—Veo que la inmovilizó —comenté mirando las marcas en sus muñecas.
—En realidad —se ruborizó la Abuelita— , eso fue parte del… juego.
Distinguí, blancas ocultas en el blanco, las cuerdas de apariencia suave y firme que salían del cabecero y los extremos de la cama.
—¿En qué momento el juego dejó de serlo, señora?
—Faltaba mucho para que regresara mi nieta y él me dejó atada, “para que no te me escapes”, bromeó. Y preparó un par de daiquiris de frambuesa. Bebí un poco y me dormí. Supongo que me echó algo en la bebida… Desperté en quince minutos —señaló on la cabeza el reloj de números blancos que formaba parte del muro—, y escuché esos ruidos horribles: muebles volcados, disparos, rugidos y… los gritos desesperados de mi nieta. Luego me enteré de lo que había ocurrido y fue que…
—Sólo lo que vio en persona —la corté— ¿Puedo hablar con su nieta?
La Abuelita se puso de pie y la bata resbaló por su hombro izquierdo:
—¿Es necesario hacerla revivir todo ese horror, inspector? Yo le estaría muy, muy agradecida si…
Ejecutó un hábil movimiento con el hombro cubierto, que hizo deslizar la bata por su cuerpo y quedó desnuda. Giró exhibiendo el premio ofrecido a mi colaboración. Volví a preguntarme cuántos años tendría la Abuelita, porque sin ropa no parecían muchos más de treinta. Aproveché que seguía exhibiéndose para comprobar que no se apreciaban mordiscos en su piel. Levanté la bata del suelo alfombrado y se la alcancé.
—Tal vez en otra ocasión, señora. Trataré a su nieta con delicadeza.
Se resignó y me guió hasta la cocina. Por el camino desveló el misterio de su edad. No era la abuela carnal de la muchacha, sino la última mujer de su abuelo, un empresario valenciano fallecido cinco años antes. La chica vivía con ella desde la muerte en accidente de aviación de sus padres, agregó, y pensé que eran demasiadas muertes para una familia con tanto dinero. Puede que los ricos lloren, pero suelen vivir más que los pobres.
En la cocina, cuya superficie triplicaba la de mi piso, nos esperaban la nietecita y un tipo con pinta de leñador ecologista o viceversa. El leñador resultó llamarse Antonio Leñador y era guardia en el parque nacional vecino a la finca. El salvador de las dos mujeres indefensas se miraba las manos como si buscara en ellas manchas de sangre que sólo él podía ver. Es normal que eso ocurra, la primera vez que matas a alguien.
En cuanto a la nietecita, no retuve su nombre irlandés, porque luego podría leerlo en el atestado, y porque desde la primera mirada supe que ella, para mí, se llamaría Caperucita.
Las batas cortas de seda era un uniforme en esa casa, aunque la de Caperucita lucía color rojo brillante y no dejaba mucho a la imaginación. También era rojo su pelo cortado en melena y con raya al medio, hasta darle el aspecto de una capucha bermeja. Los ojos eran de un verde que debería estar prohibido y preferí pensar que era mayor de edad para no tener que denunciarme a mi mismo por los pensamientos que cruzaron mi cabeza.
Hice salir a Leñador y Caperucita me habló de su amistad con el ex-profesor Tristante. Llevaba tiempo planeando presentárselo a su “Abuelita”, porque estaba muy sola y creyó que congeniarían. A mediodía había quedado a comer en el centro con El Lobo, como hacían una vez al mes, y él propuso realizar las presentaciones esa noche:
—No me di cuenta de que lo tenía todo planeado…
—Sólo los hechos, por favor.
—Perdone. Le expliqué que era el día libre del servicio y él dijo que mejor aún, para que todo fuera más informal. Se ofreció a cocinar para nosotras, era un chef de primera. Entonces, cuando ya había avisado a mi Abuelita que teníamos un invitado, él recordó que tenía que realizar unas gestiones urgentes
y no le daría tiempo a comprar los ingredientes para la cena. Me convenció para que los comprara yo, y acepté aunque eso significaría retrasarme casi tres horas y dar un gran rodeo para volver a casa…
—Pero llegó mucho antes de lo esperado.
—Sí. No pensaba ir de mercado en mercado, como una maruja. Así que compré lo necesario para un aperitivo, hice que lo metieran en una cesta de pic nic, y el resto de los ingredientes los encargué por teléfono a una tienda de delicatessen, para que los trajeran hasta aquí.
Sollozó y sentí ganas de consolarla.


—Cuando llegué, me llamó la atención ver el coche de Jerónimo. En el salón había vasos y bebidas, pero ellos no estaban, así que pensé que…
Se sonrojó, pero siguió:
—Escuché ruidos en el estudio de Abu. Entré y lo vi, desnudo y fuera de si. Intentaba abrir la caja fuerte. Cuando me descubrió comenzó a zarandearme y me exigía que le diera la combinación. Le dije que no la conocía y me contó que había drogado a Abu para conseguirla, pero la serie de números que ella le dio no servía. Nunca lo había visto así, me amenazó con una pistola, me arrancó la ropa y me…, usted ya sabe lo que quiero decir.
Me dije que además de daiquiris de frambuesa, el profesor pelirrojo se habría preparado un buen cóctel de pastillas azules, porque según las chicas de Los tres cerditos, ya no estaba para proezas eróticas. Caperucita narraba en tono monocorde todo lo que el Lobo le había hecho y tosí para interrumpirla:
—Tengo que hacerle una pregunta delicada, pero necesaria, señorita: ¿El señor Tristante y usted habían intimado con anterioridad?
Tardó en comprender pero luego contestó con naturalidad:
—¿Qué si me lo había tirado? ¡Por supuesto! Cinco o seis veces, desde que acabé el instituto. Pero eso terminó hace mucho, mucho tiempo, más de dos meses… Ahora sólo éramos amigos.
Sonreí: para las chicas como ella, dos meses eran “mucho, mucho tiempo”. Luego recordé que hay noches que se me hacen interminables y descarté la ironía.
—Continúe, por favor.
—Lo peor vino después. En lugar de calmarse, se enardeció. Dijo que nos mataría a las dos si no conseguía la combinación. Hizo varios disparos al aire y comenzó a rugir, parecía estar transformándose en… otra cosa.
Se abrazó a mí y comenzó a llorar. La bata cayó por su hombro y lo inspeccioné repitiéndome que sólo lo hacía desde el punto de vista profesional. Subí la tela roja para cubrirla de modo que al hacerlo dejé al descubierto el otro hombro. Allí estaba: un mordisco profundo y reciente, que sin embargo parecía cicatrizar ante mis ojos. Le acomodé la bata y la consolé un poco más.
— ¿Qué ocurrió después?
— Escapé y me escondí en el laboratorio fotográfico de Abu, es su hobby, ¿sabe?, pero él pero me encontró. Ya no era el mismo: había crecido y le brotaba pelo rojizo por todo el cuerpo. Me asusté tanto que le arrojé una cubeta del líquido que se usa para revelar y empezó a quemarse, aullaba.
Productos para revelar fotos. Sales de plata.
—Salí corriendo al jardín, desnuda como estaba y fui hacia el Parque, porque sabía que la caseta de los guardas forestales estaba cerca. Él me siguió, tropezando, y traía la pistola en la mano. Por suerte Antonio apareció a tiempo, si no ya estaría muerta…
Cuando terminó de narrar su versión, le recomendé no comentar con los otros policías, cuando llegaran, todo eso de transformaciones extrañas. Asintió obediente y fue a llamar a Leñador.

Ignoraba cómo había sido el carácter de ese muchachote de aspecto sano antes de esa noche, pero estaba seguro de que no volvería a ser el mismo. Hablaba como si le costara comprender lo que había visto y lo que había hecho. Su versión encajaba con la de Caperucita: anochecía cuando escuchó disparos en la mansión, se asomó para ver qué lo ocurría y vio llegar a la muchacha, desnuda y huyendo despavorida. Detrás, una enorme sombra rojiza que la seguía rugiendo y con un arma en la mano, garra o lo que fuera. No parecía humano. Leñador hizo lo que todo héroe en potencia, aferró el hacha y cuando El Lobo estuvo cerca, le cortó el cuello. Luego perdió la noción de los hechos, siguió golpeando y se desmayó.
—Es extraño, señor Leñador —comenté cómo si hablara para mi mismo—. Su versión parece coherente por momentos, pero tiene aspectos un poco… psicotrópicos.
Se derrumbó y admitió que solía aprovechar el anochecer para fumarse unos porros en contacto con la naturaleza. Cuando Caperucita y El Lobo llegaron, ya iba por el cuarto. Rogó que no lo comentara o perdería el trabajo, y le dije que contara con mi silencio, pero le aconsejé que podara de su historia los toques sobrenaturales cuando hablara con mis compañeros.
Antes de marcharme, recorrí la casa. El cuarto de la chica era lujoso pero me sorprendió la variada biblioteca que cubría toda una pared. Revisé los líquidos en el laboratorio fotográfico de la Abuelita, y en el estudio hallé, entre muebles destrozados, las ropas de El Lobo y los jirones de lo que habría sido el vestido de Caperucita. La pistola, me contaron después, apareció cerca de la cabaña de Antonio Leñador.
Cuando estaba por marcharme, la muchacha me detuvo:
—Sé que Jerónimo quería robar y hasta matarnos, pero no comprendo por qué se transformó en esa bestia inhumana. Quiero saber ¿Me ayudará?
La miré a los ojos y le pedí que me diera unas semanas para investigar. Le di el número de mi teléfono móvil y dijo que si la ayudaba a resolver el misterio me quedaría muy, muy agradecida.
Al salir, mi coche casi choca con una furgoneta blanca que tenía la silueta de un chef pintada en los costados. Eran los de la tienda de delicatessen, preocupados porque habían confundido el camino y temían llegar tarde. Les dije que la fiesta, en cierto modo, acaba de comenzar. Detrás venían los patrulleros y el coche de los de la Científica. Pensé que los compañeros, esa noche, tendrían algo más que café recalentado y bocadillos rancios para acompañar la tarea.


****

Un mes más tarde Caperucita me llamó y le dije que había hallado una explicación para el misterio. Me citó en su casa, a las ocho. Intenté cambiar el lugar del encuentro pero ella dijo que podríamos hablar sin testigos, porque su Abuelita estaba de viaje. Después de colgar, comprobé sin necesidad el calendario sobre mi escritorio: era martes, el servicio tenía el día libre.
Admito que estaba nervioso. Cuando trabajas por la noche, sueles perder la noción de los días y tuve la sensación de que sólo habían pasado unos minutos desde la muerte de El Lobo, en lugar de varias semanas. Tampoco ayudó demasiado que Caperucita me recibiera con la misma bata roja de seda que llevaba aquella noche. Me encogí de hombros: igual las tenía por docenas.
Rogó que la disculpara por su atuendo, pero acababa de darse una ducha y le dije que no había nada que disculpar. Pasamos al salón y me ofreció de beber.
—No estaría mal un daiquiri de frambuesa —dije.
—No parece una bebida apropiada para usted, Pedro.
—Tampoco le pegaba a El Lobo Tristante, pero mire por dónde…
—No le caigo bien —dijo ella mientras preparaba los combinados—. Le parece inmoral que me acostara con mi profesor, ¿verdad? Pero es que siempre me gustaron los hombres maduros, como Jerónimo… o como usted. Creo que hay un dicho al respecto: la antigüedad es un grado, o algo así.
Me dio mi copa y se sentó en el sofá, las piernas recogidas bajo la barbilla. La noche avanzaba en el gran ventanal y yo me sentí aún más inquieto. Sobre la mesa baja había tendido un mantel a cuadros rojos y blancos, y en el centro, una cesta de pic nic aguardaba su momento.
Ella dejó su copa sobre la mesa, como si no se hubiera dado cuenta de que la bata ya casi no la vestía. El mordisco era una línea apenas visible en su hombro y la luna asomaba detrás de los árboles del parque. Empecé a sudar.
—Supongo que ha venido por su recompensa, inspector De Paz. Y se la daré con gusto… aunque ya no necesito que me explique nada.
Bebí un trago del daiquiri de frambuesa y me pregunté cómo podía gustarle eso a El Lobo.
—Lo imaginaba, Caperucita. Pero los hombres de maduros tendemos a volvernos obsesivos y nos gusta terminar el trabajo, porque a menudo no tenemos más que eso. Mi trabajo es averiguar cosas y eso he hecho.
—Por mí, no se prive —murmuró ella sin apartar los ojos del ventanal.
—Sólo tengo una duda: ¿Por qué un plan tan complejo, no hubiera sido más sencillo provocar un accidente, como con sus padres?
Ella se sobresaltó pero recuperó la compostura. Detrás de los árboles, la luna anunciaba su brillo blanco.
—Hablamos por hablar —dijo—, no se puede demostrar nada. El mecánico que arregló el avión de papá se volvió ambicioso, quería más dinero y más… —con la mirada señaló su cuerpo y con una mano tiró de la cinta de seda que sostenía la bata. Ahora podía ver todo aquello de lo que el mecánico quería más. Y era mucho. Mi mano comenzó a temblar un poco. Me desnudé sin dejar de mirarla y Caperucita disfrutó de su victoria al ver el efecto que provocaba en mí. Pero en lugar de saltar sobre ella, como esperaba, tome mi copa de la mesa y volví a sentarme:
—Así que para liquidar a su Abuelita optó por buscar un cómplice que no conociera todo su plan, sino sólo una parte.
Bostezó y se estiró en el sofá. Estaba ganando tiempo y yo lo sabía, pero me costaba apartar los ojos de su cuerpo. La línea del mordisco en su hombro se volvió más oscura y parecía latir.
—Jerónimo estaba loco por mí, le dije que con las joyas que guardaba Abu en la caja fuerte podríamos vivir para siempre en una isla paradisíaca…
—Pero no le contó que planeaba matarla a ella, echarle la culpa, y simular que lo había asesinado en defensa propia… Aunque que las cosas no salieron como esperabas, Caperucita…
Sonrió dulcemente. Como una niña perdida en el bosque:
—Con el abuelo bastó una sobredosis de medicamentos, pero ahora era diferente. Y no pensé que Jerónimo fuera tan blando. Puso en la copa de Abu menos droga de la que le indiqué, por miedo a matarla. Y no logró arrancarle la combinación correcta de la caja fuerte. Si hubiera llegado a abrirla, todo resultaría más creíble. Aunque, en realidad, nunca planeé robar las joyas… ¿Para qué, si todo sería mío legalmente?
—Pero cuando llegaste una hora y media antes, él descubrió tu plan…
—Qué va. Estaba muy nervioso, decía que se hacía de noche, que tenía que huir… Me costó tranquilizarlo, pero recurrí al viejo truco horizontal, y cuando el viejo quedó exhausto, me disponía a liquidarlo, pero…
—Pero ocurrió lo único que no esperabas.
—¿No quiere su premio ahora, inspector Pedro de Paz? Pronto será tarde y me temo que usted ya lo sabe…
—Puede. Pero como dijiste hace un mes, necesito saber. ¿Lo de Leñador fue una improvisación? Por que en ese caso, tu capacidad es admirable…
—Me lo vengo tirando desde que tenía quince años y conozco sus costumbres. Por eso, cuando Jerónimo empezó a transformarse, huí hasta donde estaba él, porque mientras el tonto de Antonio se hacía el héroe y el otro lo mataba, tal vez yo podría escapar.
—¿Y lo del líquido con sales de plata?
—Pura casualidad. En ese momento, lo que yo menos podría imaginar era que Jerónimo…
—Pero enseguida comprendiste. He visto tu biblioteca y sabes bastante de temas sobrenaturales… ¿De dónde sacaste el cuchillo de plata? Un hachazo sólo deja fuera de combate a un hombre lobo por unos minutos…
Sonrió con dulzura y comenzó a ponerse de pie:
—Ay, inspector. Se nota que viene usted de cuna humilde. En casas como ésta, toda la cubertería es de plata. Cuando entendí lo que pasaba, dejé sin sentido a Antonio de una pedrada, corrí hasta la cocina, busqué el cuchillo más grande y sólo tuve que repasar el tajo del hacha y adiós hombre-lobo. Ninguno de los dos se enteró de nada. El pobre Antonio quedó tan trastornado por haber matado a Jero, que está ingresado en un psiquiátrico. El mejor, desde luego. Me ocupé de que lo traten bien.
—¿Tu Abuelita regresará viva de este viaje?
—Desde luego. No soy tonta. Es un fastidio, pero tendré que dejar pasar un tiempo antes de ocuparme de ella.
Bebí lo que quedaba de mi copa procurando no mirar hacia el ventanal el en el que la luna asomaba invicta sobre los árboles. La luna llena.
—Tenías todo bajo control, salvo una cosa…
—Sí. El mordisco. Cuando pude releer mis libros sobre el tema, todo fue sumar dos más dos. Al principio me asusté, pero luego empecé a esperar con impaciencia la próxima noche de luna llena. Que es esta.
Se acercó al ventanal, estiró los brazos y las piernas y dejó que la luz de la luna bañara su cuerpo:
—No se moleste en buscar en la cesta de pic nic, inspector. Esta vez no la usé para ocultar la pistola. Ya no necesito armas ni las armas pueden dañarme. Le advertí que cobrara su premio cuando aún tenía tiempo…
—Lo haré —dije.
Supongo que fue mi voz, repentinamente ronca, lo que la alertó. Se volvió,recortada por la luna. Me miró sorprendida.
—Tenías razón sobre el dicho, Caperucita: la antigüedad es un grado. Y no sólo para los hombres. También para los hombres-lobo. Y las mujeres-lobo.
En más de treinta años de licántropo, fue la única vez en que no me dolió la transformación. Ella sacudió la cabeza tratando de comprender y estuve a punto de explicarle que la primera vez que te transformas después del mordisco inicial, el proceso tarda varias horas. Pero no le dije nada porque de mi garganta ya no salían palabras, sólo rugidos. Me vi reflejado en el ventanal, cubierto del pelaje renegrido que tanta gracia le causaba a Jerónimo, y pensé vagamente en aquella noche en que nos conocimos, en Los tres cerditos, durante una reunión de Licántropos Anónimos, y en el apoyo mutuo que nos habíamos brindando durante años para vencer nuestra adicción. Pensé también en que todo ese esfuerzo se había ido al garete por culpa de esa niñata que ahora temblaba de terror, y en que el mal no es exclusivo de los que padecemos una maldición. Después no pensé en nada, porque todo fue rojo y desgarro. y muerte.

Con un débil vestigio de conciencia logré frenar mi impulso de huir al bosque cuando todo acabó. Sabía que ella habría tomado los recaudos para que nadie viniera a la casa hasta el día siguiente.
Así que me dormí a su lado y desperté al amanecer, evitando mirar en qué se había convertido la dulce Caperucita. Me di una larga ducha para quitarme su sangre y al volver a vestirme me sentí limpio y satisfecho.
Antes de marcharme desconecté los discos duros del sistema de cámaras y me los llevé conmigo.
Mientras me alejaba por la autovía me prometí volver pronto para consolar a la Abuelita. Pero lo haría de día.
Y tal vez dentro de dos meses, un martes de luna llena, le haría una visita nocturna.
Aunque quién sabe: como decía Caperucita, dos meses es mucho, mucho tiempo.

Carlos Salem

Dos "vacunas" contra la fiebre navideña

Se vienen las fiestas con su habitual carga de encuentros, brindis, sobrinos molestos, cuñados asesinables, cuñadas deseables e inaccesibles, tías solteronas y discusiones políticas a ambos lados de trincheras de lombarda.
Nada podemos hacer contra la crisis económica, pero sí proporcionarte un antídoto previo contra esta enfermedad sobre la cual la OMS calla cobardemente y ni siquiera Wikileaks se atreve a publicar ni un tímido sms.

El tratamiento se aplica en dos dosis:
El martes 21 y el miércoles 22 de diciembre, en Diablos Azules,
(Apodaca, 6 - Metros Tribunal y Bilbao)
con sus respectivas jam session de poesía minificción.

A las dos tomas puedes acudir con tus poemas (3 máximo, el martes) y tus microrrelatos (no más de 3 folios en total, el miércoles)
Y no es necesario venir en ayunas.

Para reforzar el efecto de la medicación, ambos días contaremos con la presencia de especialistas.
Así que ya sabes: si no quieres que esta fiestas te aruinen la fiesta,
te esperamos a partir de las 21.00 horas.



Luna Miguel nació el 6 de noviembre de 1990. Estudia Periodismo en la URJC. Trabaja como lectora editorial, como columnista en el diario Público desde agosto de 2009 y ha colaborado en medios como ACL Radio y La Voz de Almería y en revistas como Quimera, Vice, Shandy, Madriz, y Koult.

Sus poemas, traducidos al inglés, francés, portugués y ruso, han aparecido desde 2001 en algunos espacios, entre ellos: Salamandria, El coloquio de los perros, Los Noveles, Espacio Luke, El maquinista de la generación, 3AM Magazine, The Srcrambler, o La bolsa de pipas.

Ha sido antologada en las publicaciones El Jaiku en España (Hiperión, 2003), La casa del poeta (Sloper, 2007), Y para qué (+) poetas (Eppur, 2010), Pájaros raíces, en torno a José Ángel Valente (Adaba 2010), y Almanaque poético. 12 poetas para un año. (El Gaviero Ediciones, 2010).

Es autora de los cuadernos Menú de sombras (Banderines Zaguán, 2006), Síntomas (La Bella Varsovia, 2008), Proceso (Vitolas Anaïs, 2009), y Cruzo un desierto (CAIN, 2010).
También ha publicado los poemarios Estar enfermo (La Bella Varsovia, 2010) y Poetry is not dead (DVD Ediciones, 2010); y la micro novela Exhumación (Alpha Decay, 2010) coescrita con Antonio J. Rodríguez.

Ha prologado los diarios de Félix Francisco Casanova Yo hubiera o hubiese amado (Demipage, 2010) y dirije la edición de la antología Las Hermanas de Monelle en la que participarán las poetas Ruth Llana, Marta Echaves, Laura Rosal y Marina Ramón-Borja con un prólogo de la autora argentina Natalia Litvinova.
En 2010 ha sido galardonada con el Premio Andalucía Joven en la modalidad de Arte como un reconocimiento a su breve trayectoria literaria y profesional.



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Manuel Espada (Salamanca, 1974), es Licenciado en Periodismo y Máster por RNE.
Lleva doce años trabajando como guionista en diversos programas y series de RNE, TVE, Antena 3, Telemadrid y Telecinco.
También ha escrito el cortometraje “El tercer día”, y la obra de teatro del mismo nombre.
Ha ganado el premio de micros Relatos en Cadena de la SER, el Premio Internacional Lenteja de Oro de la Armuña, el Premio Villa de Ermua, el Villa de Alcorisa y el de la editorial Grupobuho, gracias al cuál pudo publicar su primer libro de relatos “El desguace”.
Recientemente ha publicado el libro de relatos “Fuera de temario” con Editores Policarbonados y en breve publicará un libro de micros titulado “Zoom. Ciento y pico novelas a escala”, con la editorial Paréntesis.
Habitualmente escribe en su blog “La espada oxidada”.

jueves, 9 de diciembre de 2010

En directo y en diferido



Si te gusta escribir o leer microrrelatos, ven el miércoles 15 a Diablos azules. EL TAMAÑO SI QUE IMPORTA. Participa en los concursos de imporvissación, leer tus relatos y disfruta del Narrado Invitado. Esta semana: NICOLAS MELINI

(Y si vives fuera de Madrid y no puedes venir, envías tus minificciones a siqueimporta@gmail.com, que las leeremos en directo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Esta noche, en la Sala Triángulo




Acompañado por algunos de mi amigos poetas, los más valientes, presentaremos Memorias Circulares del hombre-peonza"

Si quieres pasarte por allí... te esperamos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Premio "París Noir" de Novela para "Nager sans se mouiller" ("Matar y guardar la ropa" en francés)




El jurado del Festival Europeo de Novela y Cine Negro "París Noir", formado por Catherine DIRAN (écrivain, directrice littéraire Paris Noir); Nathalie BEUNAT ( éditrice);Herve DELOUCHE (813); Stephane ALLEGRET (journaliste et scénariste); Marc FERNANDEZ (écrivain et journaliste), decidió anoche en París otorgar el premio a la mejor novela negra a "Nager sans se mouiller", versión francesa de "Matar y guardar la ropa", editada en Francia por Actes Sud.

El vídeo lo debo a la cortesía de mi amigo Sebastién Rutés. Al verlo creo que deberían haberme dado el premio a la peor pronunciación en francés de la Historia...


GRACIAS A TODOS LOS AMIGOS QUE PASARON ESTOS DÍAS CON LOS DEDOS CRUZADOS!!!!

martes, 9 de noviembre de 2010


La acusarán de ser demasiado joven para sentir tanto,
la señalarán con el dedo por triunfar donde otros fracasan,
la calificarán de "mediática"
(cuando te lo dice un amigo empiezas a dudar de que lo sea);
le darán la espalda los que hoy celebran su llegada;
le sonreirán de mediolao los que que ahora la reciben con carcajadas;
la acusarán de haberse vendido al mundo viejuno
de los que son leídos por otra gente que sus amigos y sus compañeros de generación...

en fin, que de todos los pecados de los que acusarán
-casi nunca a la cara, desde los blogs vale la mitad-
a Luna Miguel,
el único imperdonable es el pecado de decir sin complejos
y con belleza lo feo, lo duro, lo que rasca o acaricia.

"Estar Enfermo" (La bella Varsovia), su primer poemario,
se explica mejor que yo:

"sin nada que doliera
los dioses decidieron
cortarnos
la garganta".


Y hay más, y libros recientes. Busca y encontrarás.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Yo pienso de que: El arte de esquilar ovejas

Paradojas de la moderna vida ibérica: mientras faltan sólo unas semanas para que entre en vigor una nueva ley anti-tabaco que prohibirá fumar hasta bajo el agua, los que se arrogan el derecho a pensar por nosotros nos ahogan con sucesivas cortinas de humo. Fumadores pasivos de esos puros mediáticos (o como coño se diga), tenemos que tragar. “Porque si no tragas te pones en contra a las corrientes de opinión pre-cocinada y ya sabes cómo te puede ir”. Así me lo han dicho unos cuántos en estos días.
Pues no trago.
Esta vez no.
El escándalo montado en torno a una frase contenida en un libro en el que Fernando Sánchez Dragó y Albert Boadella narraban batallitas, se aviva artificialmente con peticiones para que intervenga el Defensor del Menor, y a este paso acabarán solicitando castración o cosas peores (si es que existen), en nombre de una supuesta protección de la infancia.
Se marea la perdiz (¿cómo sabrá una perdiz mareada, debo escribirle a Ferrán Adriá, que seguro que lo probado en su laboratorio) para que no pensemos en lo que se viene, en lo que ya está aquí, en el hecho de que ni los que están ni los que quieren estar tienen la menor idea de los pasos a seguir para sacarnos de la crisis.
No hace mucho, cuando el garrulo del alcalde de Valladolid dijo lo que dijo sobre Leire Pajín, tuvo su justo merecido…, durante los dos primeros días. El resto, todo lo que siguió y sigue, es cortina de humo. Como lo de los apellidos y el lugar de colocación, en un país en el que siguen muriendo mujeres según la asquerosa costumbre de la maté porque era mía. Como lo que se inventarán unos y otros pasado mañana, cuando ya no se pueda seguir ordeñando la teta del “caso Dragó” (es una metáfora, pobre pero metáfora, ¿eh?); como todos esos fueguitos de madera mojada que se encienden para distraernos de la aterradora verdad: aquí, si nos descuidamos, teminará gobernando Belén Esteban, si es que no gobierna ya, en cierto modo.
¿Quiere esto decir que estoy a favor de la descalificación machista de ministras o de las relaciones sexuales con menores de edad? Pues no, no estoy a favor, pero si achinamos los ojos y miramos entre el humo, veremos a un puñado de tecnócratas que consultan el manual sobre El arte de esquilar ovejas, mientras van echando leña verde al fuego de la tontería general.
Y en el caso de Sánchez Dragó, detrás de los vendedores de humo, los cazadores de brujas recargan sus mecheros.
El escritor ya ha declarado que lo que dice en el libro no ocurrió, que se dejó llevar por el calor de la charla y por el juego con Boadella a ver quién tenía la vida más larga y más golfa. De alguna manera se buscó el primer escándalo (ya sabes en qué país vives, Fernando), aunque los supuestos hechos ocurrieran en 1967. Pero lo que ha seguido después es humo de otra hoguera, que tiene como combustible esa profunda vocación futbolera con que entendemos la política.
Hay mucha gente a la que el escritor le cae mal, porque no sabe pasar inadvertido ni callarse la boca.
También hay mucha gente a la que le cae bien, por los mismos motivos.
Ambos grupos merecen mis respetos. A los que no entiendo es a los autómatas del pensamiento, que gritan a favor o en contra según su color (¿?) político, porque sospecho que si el protagonista del follón hubiera sido otro, otra sería su reacción.
Lo que aquí se cuestiona es la libertad para fabular, decir y, si me apuran, pensar lo que a uno le salga de las meninges. Muchas de las grandes obras de la literatura no podrían escribirse hoy sin exponerse el autor a la pública lapidación a cargo de l@s adalides y adalidas de la corrección política, l@s mism@s que miran hacia otro lado cuando escuchan gritos en la casa del vecino. En Facebook y otras hamburgueserías del pensamiento se multiplican los grupos y las quejas sobre una trola literaria de un escritor que desayuna cada mañana con la controversia, mientras hace unos mese Save the Children informaba que los españoles estamos en el Top Ten del turismo sexual con menores. Y eso ocurre en 2010, no en una anécdota ficticia fechada hace 43 años.
En la actualidad, el leñador que se carga al lobo en Caperucita roja sería acusado de brutalidad con los animales, Alí Babá denunciado por los cuarenta ladrones por escuchas ilegales (remember Garzón), y el tal Héctor Oliveira, jugador de Rayuela, iría al talego por omisión de socorro en París para con un niño llamado Rocamadour.
Y más de uno aplaudiría esas medidas ejemplares, comentando que ya era hora de que alguien pusiera freno a esos modernos bufones, los escritores; para luego proponer el empalamiento del vecino de 4º izquierda, por no reciclar correctamente la basura. Y es que, como revela el estribillo de una canción del grupo argentino Bersuit Bergarabat, “no hay nada menos ecológico que un infeliz”.
En fin, que siga el circo.
Y mientras tanto, los cazadores de brujas afilan sus estacas.
Porque después de los brujos, llegará el turno de las ovejas.

Carlos Salem

jueves, 4 de noviembre de 2010

El hombre que no leía novelas históricas


Desconfío, por sistema, de las novelas que intentan contarme la Historia como si fuera una historia. Desconfío aunque las escriba un amigo, como es el caso del autor de El hombre que mató a Durruti, acaso porque soy un defensor de la poco admitida teoría de que la realidad imita a la ficción, y demasiadas novelas históricas facturadas para el consumo rápido, demasiados placebos literarios al estilo de la perniciosa serie televisiva Águila Roja, fundamentan la conclusión de que lo que suele buscarse no es ni facturar una buena novela ni desvelar misterios históricos, sino forrarse y punto (lo que por otra parte no constituye delito alguno y es lo que todo novelista desea, aunque en público lo neguemos).
En el caso que nos ocupa, Pedro de Paz podría haber optado por muchos caminos, pero eligió el mejor, el que -aparte de un premio a la primera novela que escribía, ahí es nada- no le depararía fama galáctica ni millones de fans con rulos y tiempo de sobra para suspirar imaginando a su comandante Fernández Durán en cueros o al teniente Alcázar seduciendo espías enemigas. No. El autor juega con éxito a la contención y acierta, al ofrecer un marco histórico bien documentado pero nunca tedioso, se vale de los datos y las imágenes que tenemos en mente tras décadas de películas y series que tratan sobre la Guerra Civil, pero no depende de ellos para contar su historia. Al mismo tiempo, sin golpes de efecto ni acumulación de tics, construye unos personajes (en especial los dos citados), definidos, reconocibles y -lo que es más difícil- creíbles. Esto resulta condenadamente complejo en un texto en el que el verdadero protagonista está ausente todo el tiempo, ausente y muerto es su misterio. De Paz lo consigue usando las herramientas del buen novelista, dejando que los personajes fluyan dentro del rígido marco de un estamento militar y una situación política en la que nadie quería sacar los pies del plato o hablar de más. Y es dentro de ese esquema que la novela se vuelve fascinante y muy creíble: no se habla del miedo a perder que tienen todos os personajes, pero se siente.
Puesto a poner alguna pega a la novela, ahí va una ridícula: se hace demasiado corta. Uno se queda con ganas de más, y eso indica que el libro funciona más allá del anzuelo histórico de un personaje mítico como Durruti. El balance que hace el autor entre las dos materias a tratar (las diferentes hipótesis sobre la muerte del legendario dirigente anarquista y la investigación ficticia), es ejemplar y acaso uno de los secretos de este texto.
Mención aparte merece la pareja detectivesca, que aquí asoma y con fuerza pero sin estridencia, y que pide a gritos nuevas apariciones, más extensas y aprovechando el buen control que tiene el autor sobre la época narrada. Eso, o casos posteriores a la contienda, fechados en esa segunda vida que tiene el comandante Fernández Durán y que pese a estar sólo apuntada en el texto, incita a saber más.
En resumen, que El hombre que mató a Durruti me obliga a examinar y poner en cuarentena mis prejuicios automáticos hacia las novelas históricas. Al menos, si las escribe Pedro de Paz.

Carlos Salem

miércoles, 3 de noviembre de 2010

RAYUELA 5 NOVIEMBRE



El viernes comienza en DIABLOS AZULES
Apodaca, 6)
el único programa de radio que no sale en antena ni internet,
una revista literaria sin papel si web...

MOTEL RAYUELA (Albergue Transitorio Literario),

presentado por Marcelo Luján y Carlos Salem.

Invitados de lujo para la primera emisión que no se emitirá por sintonía alguna:

SEBASTIAN ABAD y RODRIGO GALARZA.

21.00 HORAS.

viernes, 29 de octubre de 2010

Poesía Baretera, Carlos Salem en Perfopoesía 2010

Presentación de Mermorias Circulares del hombre-peonza en el Festival Perfopoesía 2010 (Sevilla) (Esta noche, viernes 29 de octubre, a las 21,30 en Tapas & Fotos, Doctor Piga, 7, Metro Lavapiés

martes, 26 de octubre de 2010

Presentación en Lavapiés del poemario "Memorias circulares del hombre-peonza"

El viernes 29 de octubre,
a las 21.30 horas en TAPAS Y FOTOS,
(Calle Doctor Piga, 7, Metro Lavapiés),

presento mi nuevo libro de poemas
"Memorias circulares del hombre-peonza"
(editorial Ya lo dijo Casimiro Parker),

que cierra la trilogía "Poemas al otro lado de la barra".

Te espero
Gracias.


jueves, 21 de octubre de 2010

Reseña de Cracovia sin ti, por Fran G. Matute






Pero sigue siendo el rey
Fran G. Matute

Nunca he sido fan de lo romántico aunque reconozco que es más fácil sucumbir a sus encantos en formato escrito que en formato audiovisual. También hay que decir que si por novela romántica entendemos Cumbres borrascosas (Emily Brönte, 1847) o El amante de Lady Chatterley (D. H. Lawrence, 1928), entonces sí que me mola. Pero lo que de verdad me impulsó a leer Cracovia sin ti no fue el género sino el autor.

Empecemos reconociendo que de Carlos Salem sí soy fan. He leído todas sus novelas, desde aquel debut esplendoroso - Camino de ida (2007) - que nos descubrió al escritor y su peculiar visión de la novela negra, pasando por Matar y guardar la ropa (2008) y Pero sigo siendo el Rey (2009), en la que incorporaba a nuestro monarca favorito como un personaje esencial de la trama. Salem, decíamos, es ya un reconocido maestro de la actual novela negra. Pero también es argentino y se le presupone labia para el amor. Así que me apetecía mucho ver qué era capaz de facturar, literariamente hablando, bajo el caparazón de una novela romántica.

(Texto íntegro en: http://criticoestado.blogspot.com/2010/10/pero-sigue-siendo-el-rey.html )

lunes, 18 de octubre de 2010

Reseña de Jean-Marc Laherrére


http://actu-du-noir.over-blog.com/article-carlos-salem-nage-sans-se-mouiller-59096710.html

Carlos Salem nage sans se mouiller.



Parmi les invités de TPS version 2010, il y avait un auteur qui avait marqué le salon 2009, l’inoubliable Carlos Salem. Coup de chance, son second roman traduit en français venait juste de sortir : Nager sans se mouiller. Après le délirant mais très cohérent Aller simple, ses lecteurs l’attendait au tournant. Mais ils n’étaient pas au bon tournant ! Loin du délire contrôlé du premier roman, ils ont droit ici à un polar pur jus, dans les règles (des règles un peu revues quand même).
Je m'appelle Juanito Perez Perez. Et je suis représentant en papier hygiénique. Quoi de plus banal ? Quoi de plus ennuyeux ? C'est l'identité que connaissent mon ex femme, et mes deux enfants. Pour l'Entreprise, je suis Numéro 3. Je prends mes ordre de Numéro 2. Et j'ai quinze morts à mon actif. Mais là, je compte bien partir en vacances avec mes deux enfants, que mon ex me laisse, exceptionnellement, pour être seule avec son nouveau Jules.



Malheureusement, Numéro 2 me confie une nouvelle mission, compatible avec les vacances prévues. Soi-disant. L'ennui est que je dois loger près de la cible. Dans un camp de nudiste. Et que la cible n'est autre que mon ex. Pour comble, sur place je tombe sur mon ami d'enfance, perdu de vue depuis bien longtemps. Trop, beaucoup trop de coïncidences …



Contrairement à ce que cet embryon de résumé pourrait laisser croire, Carlos Salem s'est assagi. Si, si ! Disons assagi par rapport à Aller simple. Si la situation de départ (et les rebondissements nombreux) sont inattendus, voire rocambolesques, le récit suit par ailleurs une trame relativement classique, parfaitement maîtrisée, et laissant peu (voire pas) de place à l'improvisation. Après tout, on suit une histoire classique dans le polar, celle du tueur aspirant à la retraite poursuivi par ses anciens employeurs.



Trame classique donc, mais revisitée par Carlos Salem. Alors on n'est pas un procédural anglo-saxon, il y a du cul (disons les choses comme elles sont), c'est souvent drôle, mais aussi très souvent émouvant, parfois profond, toujours humain. L’auteur multiplie les références : un des personnages est un vieux monsieur très classe nommé … Camilleri, le tueur, pour s’occuper, lit … Aller simple, il y a un juge dont le nom fait furieusement penser à Baltasar Garzon … Bref du Carlos Salem.



Et il y a ce tueur. Loin des psychopathes de service, loin des supermen surentraînés, c’est juste un homme qui fait son boulot. Sans passion mais sans ennui, sans émotion. Un peu comme quelqu’un qui construirait des missiles vendus au Pakistan ou qui mettrait au point des aditifs qui rendent accro à la clope ou à une boisson gazeuse … Rien de personnel, juste un boulot.



Finalement, c’est l’auteur qui parle le mieux de son roman dans les remerciements où il écrit « Tous ceux-là et beaucoup d’autres que j’oublie (pardon) m’aident à poursuivre l’écriture de ces histoires tristes qui font rire les lecteurs ». Je ne saurais mieux dire.



Carlos Salem / Nager sans se mouiller (Matar y guardar la ropa, 2008), Actes Sud (2010), traduit de l’espagnol par Danielle Schramm.

Par Jean-Marc Laherrère - Publié dans : Polars espagnols - Communauté : Le monde du polar

miércoles, 13 de octubre de 2010

"Casimiros" en Perfopoesía (Sevilla)



Junto a Isabel García Mellado, Marcus Versus, Gonzalo Escarpa y la banda de Ya lo dijo Casimiro Parker, marcho a Sevilla para tomar parte del mega festival de Perfopoesía impulsado por Cangrejo Pistolero.
El programa es alucinante, por la variedad y la calidad de las actividades. Si lo dudas, echa un vistazo al programa en el link y luego me cuentas. O mejor: ven y luego lo cuentas:

http://www.festivalperfopoesiasevilla.com/programa.html

sábado, 11 de septiembre de 2010

La cultura, en blanco

YO PIENSO DE QUE...

La cultura, en blanco

Que me lapiden, si es necesario, pero lo digo o reviento: LA NOCHE EN BLANCO de Madrid poco tiene que ver con la cultura y mucho con el mamoneo y el bebercio (algo bueno tenía que tener).
Vale que con 200 actividades organizadas, habrá un puñado que valgan la pena, pero el resto (ilustrado en los periódicos nacionales con los pertinentes mapas para no perderse nada de esta gimkana), es de vergüenza ajena.
Está claro que no alcanzaba- tal vez- copiar la noche de los museos parisina, y que montar saraos lúdicos y que demanden poca reflexión y nada de criterio, sumará a cientos de miles que se sentirán originales y transgresores, sin darse cuenta de que son tratados como ovejas clónicas, carne de noticia breve en los telediarios, sorbitos de sopa boba.
Porque llenar la Plaza Dos de Mayo de pelotas de playa, organizar concursos de encestar bolas de pepel, o descansar sobre balas gigantes hechas de basura, me suena más a mega-verbena posmoderna y perroflautesca que a otra cosa. He dicho (y me he quedado más a gusto...)

Como en esta columna sin techos periodísticos que soportar, la crítica es sólo una parte de la tarea, ofrezco ideas para enriquecer, en la línea actual, futuras ediciones de La Noche en Blanco:

`- Maratón de salsa frente al Monasterio de las Descalzas, en la que, por coherencia, los participantes no llevarán calzado y el suelo estará sembrado de chinchetas. El bailarín que logre clavar en la planta de su pie derecho una chincheta con la cara de Gallaradón, ganará un viaje para dos personas por toda la red de Metro.

-Ostiómetro en la Plaza de Lavapiés: los partipantes tiznarán sus rostros con carbón o vestirán chilabas mientras son apaleados por entusiastas policías municipales. Invitados de honor: los activistas canarios en apoyo al Sáhara, así se entrenan para un próximo viaje a Marruecos. El madero que logre dar tres garrotazos a Willy Toledo, será ascendido a cabo.

-Crear, usando salva-slips y compresas, una gigantesca frase en la Gran Vía, que vaya desde Callao a la Cibeles y diga: "nosotras parimos, nosotras decidimos". Se dará para cumplir la tarea un plazo de dos horas. En caso de no acabar a tiempo, todas las participantes serán obligadas a escuchar, durante doce horas, un concierto de Bebe.

-Para seguir con la onda del recicla o muere, en la Plaza de Oriente se construirá una gigantesca batea para reciclado de papel. Los ciudadan@s llevarán todos los programas y propaganda electoral que almacenen es sus viviendas, y con el material renacido se fabricará papel higiénico gratuito para toda la población. El mensaje, evidente, es que se invertirá el proceso: esta vez, los que nos limpiaremos el culo con las promesas políticas, seremos nosotros. Pero cuidado, que raspa.

En marcha, varias otras propuestas la mar de modernas y cool, sobre las que iremos informando. Por lo pronto, una pregunta abierta a los lectores: ¿qué podríamos organizar en la castiza Plaza de la Paja?
Se admiten sugerencias.

Carlos Salem

viernes, 10 de septiembre de 2010

Reseña de Camino de ida, en" Castorín"



Camino de ida
Autor: Carlos Salem
Editorial: Salto de página
Páginas: 224 páginas

Este es el último libro que he tenido el auténtico placer de leer: Camino de ida.
Novela negra escrita por el autor argentino-español Carlos Salem. Primeramente, reseñar que es una historia sólida con múltiples personajes, donde nada se deja al azar con individuos que van desde perdedores hasta mercenarios. La trama te atrapa desde el primer momento y te inmiscuyen en su lectura, haciendo que no quieras o no puedas dejar de leer.
Hilarante, con toques de humor e ironía. De las mejores novelas que he leído este año.
Como cita en su prosa: "Y si hay miseria, que no se note." A continuación os adjunto un enlace del vídeo donde el propio autor sintetiza la novela. Sobran las palabras.
http://www.conoceralautor.com/obras/ver/NTAy

En resumen: Una excelente y divertida novela. Para disfrutar de principio a fin. Un novelón. Totalmente recomendable.


http://chenel-3.blogspot.com/2010/09/libro-camino-de-ida.html

martes, 7 de septiembre de 2010

"Cracovia sin ti, en Otro Lunes




Casualidades exageradas pero verosímiles
por Isabel Camblor



Cracovia sin ti" realmente no transcurre en Madrid, sino más bien en un universo microcósmico dentro del imponente Madrid. Estamos ante una historia (que se cruza ingeniosamente con la popular fábula de "La cigarra y la hormiga"), indiscutiblemente urbana y cosmopolita. Debemos imaginarla observada desde los ojos de un gato, bautizado con el original nombre de Gato.
Gato contempla, y ante lo que se va descubriendo, esboza una sonrisa cáustica y algo impertinente que no es sino una burla a las contradicciones humanas en el ámbito del amor: esa sonrisa alegórica, Gato la mantendrá a lo largo de toda la novela.

Daniel y Daniela se besan en la cara pero no en los labios, porque parece ser que en una oficina compartida resulta más prudente tener un amigo que poseer un amante. Si hay algo que les une, aunque ellos no sean conscientes, es el desencanto, aunque también, pero en menor medida, los inconvenientes a la hora de sobrevivir en una agencia de publicidad donde no todo es trigo limpio. Por ser Madrid el escenario escogido por Salem, no puede faltar el canallismo, y los incisos que se suceden en el bar Malone constituyen un estupendo recurso para hacerlo efectivo y también para terminar de definir los encuentros, desencuentros y las múltiples insensateces que pueden desencadenarse cuando se produce el amor anhelado pero que no termina de verificarse.

Puede distinguirse claramente un puntillo experimental en esta novela: por la estructura, por el lirismo combinado con la ironía y con cierta crudeza, por la naturaleza de una forma de humor nada convencional pero hilarante, por el perfil de poeta que escribe novela (no puede ocultarlo Carlos Salem: además de novelista es poeta y a veces los géneros, tal vez inconscientemente, se fusionan), por las casualidades exageradas pero perfectamente verosímiles y por otras muchas cosas que van desconcertándonos a medida que la novela transcurre.

Para mí ha sido un buen descubrimiento este Salem, con su particularísimo espíritu literario y su curioso modo de atraparnos con piruetas a la hora de retratar la misma realidad y agarrándonos sin compasión por las solapillas para obligarnos a quedarnos hasta el punto final. Muy recomendable.

http://www.otrolunes.com/php/librario/librario-n14-a06-p01-2010.php

lunes, 30 de agosto de 2010

Yo pienso "de que..."

YO PIENSO "DE QUE"...


Todo mi respeto y apoyo al pueblo saharaui y a quienes luchan por su causa, pero plantarse en Marruecos con camisetas y banderas que digan "Sáhara libre", es pedir a gritos que te inflen a hostias.
Y de paso (seguro que sin querer) es darle más madera a Groucho Pons y Chico Rajoy, para recordar perejiles y otras grandes "gestas", ocultando que ellos saben (porque gobernaron no hace tanto), que Marruecos, periódicamente "tira" de Ceuta y Melilla cuando tiene problemas internos o negociaciones pendientes con España. Cualquiera que haya vivido en ambas ciudades (como es mi caso), sabe que eso es así.

Se me ocurren nuevas tácticas para "demostrar" la debilidad del gobierno de España (como si no fuera evidente, joder), y de paso mostrar que somos más solidarios que Manu Chau:

Manifestación en La Habana para tocarle los cataplines canosos a Fidel exigiendo la libre instalación de casinos en la isla (Repercusión: 3,5 hostias por manifestante).

Concentración y sentada frente a Buckingham Palace para exigir la inmediata devolución de Gibraltar y la ejecución del que le elige los sombreros a la reina (Repercusión: 2,2 coscorrones de los bobbies y algún escupitajo del funcionario sombrerero).

Sentada y huelga de hambre frente al restaurante de Arzak, para obligarlo a poner un menú de 10 euros (Repercusión: ni puto caso)

Marcha sobre París para obligar a Zarkozi a suspender sus medidas en contra de los gitanos y hacer públicos sus vídeos de cama con Carla Bruni -si cuela, cuela- en la televisión pública. (Repercusión: tenemos más posibilidades con Arzak)

Para activistas audaces de verdad: cabalgata del Orgullo gay en Teherán, invitando al presidente Mahmud Ahmadineyad a ir en la carroza principal, ataviado de drag queen. (Pronóstico: mamporros a cascoporro para todos)

Si con estas valientes medidas no conseguimos un mundo mejor, propongo prendernos fuego a lo bonzo en la plaza de San Pedro.
Vosotros ir comprando la gasolina, las cerillas, e ir empezando, que luego os alcanzo.

Carlos Salem

jueves, 19 de agosto de 2010

Mis libros de cuentos, según Jorge Eduardo Benavides



(Que hablan bien de tus libros, siempre gusta. Pero que lo haga alguien con la solvencia literaria de Jorge Eduardo Benavides es un lujo que apetece compartir, incluso con rubor)





«El periodismo es la tumba de la poesía, Zavalita», le confiesa un poeta claudicado a su amigo novato en las páginas iniciales de Conversación en la Catedral. Y casi siempre ha sido así, como saben tantos escritores que sucumbieron al oficio de plumillas bien por necesidades alimenticias o bien por la intuición de que la literatura casi nunca da para vivir: ambas son correctas. Las prisas del periódico, el ambiente bohemio y tirando a canalla —me refiero al de hace unos años, hoy en día los periodistas son saludables y se les encuentra en los gimnasios antes que en los bares— así como la inmediatez en la confección y redacción de noticias, sueltos, crónicas, columnas de opinión y mecanografías varias terminaban por convertir al escritor en un sin papeles en ese territorio desconocido (para él) de la república de las letras, en un mercenario de 350 pulsaciones por minuto, en un desencantado que a la hora de escribir ficción terminaba por quedarse con la prosa estreñida y más bien aséptica de la noticia periodística.
Muy pocos resisten el envite.
Carlos Salem es uno de ellos, pues este escritor ha batallado en redacciones de revistas femeninas, en periódicos de toda laya y como free lance de cuanta publicación le solicitara sus servicios, y sin embargo no sólo ha salido indemne de esa desigual batalla contra la indiferencia, el olvido y la redacción, sino que, a juzgar por estos cuentos, ha sabido rescatar lo mejor del oficio periodístico: la rapidez para colocar los elementos constitutivos de la historia, la sagacidad para saber qué se cuenta y qué se deja de lado, y más aún: el valor de un dato escamoteado en la historia para que esta se resuelva con solvencia.
Porque Salem sabe bien que el de escritor también es un oficio un poco mercenario que exige de quien lo asume una constancia y una paciencia inquebrantable, mucha serenidad ante los deslumbrones y ante los desengaños: no siempre salen las cosas como uno quiere, y menos en el territorio elusivo de la ficción. Y menos aún cuando saltamos de un género a otro, donde tenemos que demostrar que el pulso narrativo siempre es eficaz, vigoroso y adecuado para manejarse en cada caso sin que la prosa pierda fuelle y se resienta con las cambios de humor que el escritor le impone a sus textos, sabedor de que estos requieren una mirada particular.
Más difícil aún es que un buen escritor de novelas, como es el caso de Carlos Salem, también lo sea de cuentos. Confieso que después de leer un par de novelas suyas que me gustaron mucho, al punto de llamarlo para decírselo cuando éramos apenas dos desconocidos, me dio cierta aprensión saber que había cometido cuentos. Muchos amigos son también profesionales del crimen y saben que lo que digo es cierto: rara vez sale indemne el novelista que decide pasarse al cuento y aunque la recíproca —pasar del cuento a la novela— parece más bien el producto de una evidente evolución cuando uno empieza, tampoco resulta tarea fácil. Así, muchos escritores que comienzan escribiendo cuentos y dan el salto a la novela suelen fracasar (el noventa por ciento lo hacemos…) y peor aún cuando el perro viejo novelista decide volver a los cuentos. Ello ocurre así porque la diferencia entre estos géneros es sideral, en contra de lo que se opina o se cree. La extensión es sólo una evidencia de diferencias profundas e irreconciliables entre cuento y novela. Por eso es difícil que quien se maneja en uno pueda hacerlo con igual destreza en otro.
Estos dos libros de cuentos que hoy presentamos son dos recopilaciones marcadas por temáticas a simple vista distintas pero que terminan siendo vinculadas por un elemento que también esta presente en las novelas de Carlos: la impronta desolada y esquiva de sus personajes, la supuesta dureza tras la que escudan una perplejidad frente al mundo que invita a pensar en estos con ternura, algo que seguramente cualquiera de ellos rechazaría con cajas destempladas y trabucazos irreproducibles.
«Yo también puedo escribir una jodida historia de amor» es no sólo un título digno de la factoría Salem, sino también una declaración de intenciones: son historias ácidas, tocadas por el ángel del escarnio y el desencanto que sobrevuela sus páginas con prisa, con malicia, con vehemencia y dolor. Pero no son historias dramáticas ni mucho menos. No nos llamemos a equívoco. El narrador que utiliza Salem para desarrollar estos cuentos de acerada factura sabe demasiado bien que la vida a menudo está a medio camino entre la comedia y la tragedia, que los momentos difíciles suelen volverse con el tiempo recuerdos que convocan nuestras risas, y que no hay nada, absolutamente nada a lo que le podamos presuponer duración eterna. Por eso, más que a Bukowski o a cualquier otro desencantado existencial de los que suelen mencionar como modelos o tendencias de Salem, yo encuentro en estos cuentos de Salem una intemperancia y un desasosiego más cercano al ácido humor de Ferdinand Celine. Los personajes que deambulan por las páginas de este libro no han encontrado su lugar en el mundo, son más bien incomprendidos y solitarios que tan pronto huyen del amor como van a su encuentro. La atmósfera áspera como los propios escenarios apenas se suaviza con una prosa que advierte del paso del escritor por la poesía, de su dominio de los tiempos a la hora de contar y de una perspicacia sin fisuras para encontrar el ángulo desde donde narrar las historias.
«Yo lloré con Terminator 2» no es un título provocativo o que busque la risa fácil, como alguien podría suponer. Es también una declaración, una rotunda declaración, pero no de intenciones sino en este caso de principios. El universo de estos cuentos es hermético y más bien asfixiante: casi todos los cuentos tienen a los mismos protagonistas, el brutal y al mismo tiempo sensible Harly, los elementales policías conocidos como el Gato y el Perro, la suspicaz Lola, que atiende flemática detrás de la barra (hay quien dice que tiene una escopeta escondida y que no dudaría en usarla contra cualquiera de sus particulares parroquianos) el Loco, que siempre saluda con cordialidad aunque lo que más parece gustarle en este mundo es tenderse en plena vía, como un ángel desgraciado, soliviantando a los conductores; Tony y Ray, salidos de alguna película del Tarantino más pulp, artista de poca monta uno y vividor sin oficio el otro y sobre todo Poe, el escritor desencantado en torno al cual late el pulso de estos cuentos y que es una suerte de Isidro Parodi (el inmortal detective de Bustos Domeq) que resuelve casos bebiendo eternas Mahou y tomando sus decisiones según la cantidad de palillos de fósforos que saque de su bolsillo en ese momento, en una suerte de tao te king proletario y sorprendente. Cada cuento es la entrada de otro, una conjetura sobre la imperturbable y cínica vida de estos outsiders convocados por la magia de un escritor que sabe su oficio.
Que lo disfruten.

Jorge Eduardo Benavides