miércoles, 17 de abril de 2013

Quiero ese cuadro


Te imagino pintando desnuda en tu cuarto
(absurdo con este frío, lo sé, pero desnuda),
los pezones a punto de perforar el lienzo,
dibujando con la lengua, al lamer tu desconcierto,
el rojo de las pasiones que embadurnan tus dedos.

Imagino que el profundo pincel de tu pubis
traza arabescos oscuramente luminosos, como tú.
Suena una música triste que sin embargo te hace sonreír,
cuando tus labios, que perfilan el vaso de todo lo bebible,
besan la tela para imprimirle el color inmemorial del vino.

Untas de azul tu cuello inagotable y lo dejas rodar por el cuadro,
como a veces rueda desmayado por mi cama.
El verde de lo que nunca deja de empezar
solo puede aplicarse con la curva de tu espalda,
y las sombras que borran imposibles se mezclan en tus pestañas .

Tu culo, perfecta parábola gemela, aplica el blanco de las redondeces
necesarias  para cuestionar la existencia de las severas rectas.
Y tras la ventana la vida acecha, pero no se atreve a interrumpirte,
por miedo que la pintes, como a mí, con tus tonos indelebles.

Retrocedes dos pasos y frunces un poco la frente.
Algo le falta al cuadro, siempre te quedará un deseo que pintar,
una pincelada que altere el conjunto, un sueño diferente.

Fumas de la cachimba y al llevar la boquilla a la boca,
recuerdas con picardía  la obviedad que inevitablemente digo.
Llevas los dedos a tu coño,
los empapas de un tono que no figura en los catálogos,
y me dedicas el cuadro al firmarlo.

Estás pintando tu vida
y ya lo sabes,
y ya lo temes,
ya lo bebes.
Estás pintando tu vida y ahora la pintas para mí.

Ese cuadro, amor,
no se termina nunca
y nunca dejes de pintarlo,
mientras te imagino desnuda en tu cuarto,
pese al frío,
pintando el porvenir de tus anhelos,
y sientes que te miro,
que siempre voy a mirarte
como a una viva e inacabable
obra de arte.

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